Causa tanto dolor como vergüenza observar el progresivo declive de ciertas personas que, en algún momento de sus vidas, realizaron unas tareas loables, difíciles y necesarias, consiguiendo ser reconocidos por sus trabajos, y que, en un periodo posterior, se dedicaron a destruir, con un esfuerzo similar o incluso mayor, sus respetables legados. Ocurre en todos los oficios, pero es especialmente desagradable en la política. Conocemos unos cuantos casos. Algunos recientes. Las decepciones suelen surgir por una cuestión ética o ideológica. Han pasado de la izquierda a la derecha o de la derecha a la izquierda. De la socialdemocracia al conservadurismo. De la tercera vía a la confusión. De la construcción nacional al latrocinio. Del heroísmo al disparate.

Pongamos por caso a Rudy Giuliani. Su respuesta como alcalde de Nueva York a los Atentados del 11 de septiembre ocasionó el insospechado elogio de Edward Said, quien llegó a afirmar en un artículo que el político republicano había logrado adquirir, por sus propios méritos, el estatus de un Churchill: "De forma tranquila, nada emocional y con extraordinaria compasión, ha organizado a la heroica policía de la ciudad, a los servicios de bomberos y de urgencias con admirables resultados". Ahora el llamado "acalde de América" ha vuelto a convertirse de nuevo en una celebridad. Aunque por unos motivos distintos.

Giuliani está acumulando cientos de minutos en televisión como abogado de Donald Trump. Una labor que realiza con el desmesurado entusiasmo de un fanático. Quien lo haya visto defender al presidente sabe que, en este caso, lo relevante no es su apoyo al líder republicano (él es uno más en la larga lista de sus insólitos aliados) sino la manera en que lo ejerce. El histrionismo y el lenguaje. La pasión y la entrega. Giuliani, antaño referencia nacional y controvertido creador del Nueva York contemporáneo, ha pasado de líder a groupie. Esta semana, en el aniversario del ataque terrorista, la caricatura resultó todavía más llamativa.

Es que, como se ha prestado a colaborar a tiempo completo en la nueva telerrealidad política, la imagen de Rudy Giuliani está bastante deteriorada. Sus declaraciones no parecen estar a la altura de su antiguo personaje. Cuando surgió el escándalo de Stormy Daniels, por ejemplo, Giuliani sugirió que la actriz porno no podía decir la verdad sobre su relación con Trump porque, si uno se fija en las tres mujeres del presidente (una periodista del New Yorker se percató de que, tal y como hablaba del asunto, parecía no estar seguro del número de esposas y buscaba una respuesta), se da cuenta de que a él le gustan las mujeres "con clase y sustancia".

Tras sus apariciones en los medios de comunicación y las sucesivas meteduras de pata, los empalagosos halagos, las poco convincentes justificaciones y su lealtad ciega e infantil, muchos se preguntan qué le pasa a Rudy Giuliani. Él, por supuesto, es solo un ejemplo más de lo que les ocurre a muchos profesionales que sobresalen en un determinado momento mostrando unas virtudes que pocos poseen. Luego les pedimos que siempre estén a la altura de esas circunstancias. Pero cada periodo tiene sus héroes. A veces la grandeza dura un año, un mes, un segundo. No es que hayan cambiado en absoluto. A veces lo que vemos es, efectivamente, lo que queda de ellos.