A partir de la idea, propia del maestro de la lógica elemental que fue Pero Grullo, no estará de más aconsejar a las buenas gentes del común que dediquen a la reflexión la jornada que hoy así se titula. Fue -parece- un invento a la española, pensado para que se acostumbrasen al ejercicio de las libertades quienes antes, y durante casi cuatro décadas, elegían a representantes en teoría de segmentos poblacionales como el familiar o el sindical, entre otros. Eso sí, preseleccionados desde una armonía plena con los principios fundamentales del régimen.

Ocurrió que el desarrollo de la Transición, que logró como éxito principal y muy en resumen la construcción de una nueva realidad -auténtica, y no como otras que suenan a circuito publicitario de segundo o tercer nivel- fundamentada en la reconciliación y la concordia, fue perdiendo altura hasta, ahora mismo, alumbrar una política de vuelo raso. Y unos profesionales del oficio que con notorias pero poco abundantes excepciones se especializan ya en tareas propias de lo que algunos definieron como las cloacas del sistema. Que ahora hay quien amplía.

El introito viene a cuento de que, primero, las reflexión teórica por mandato legal es muy escasa en países de tradición y cultura democrática. Algo lógico, porque en ellos se supone que los electores acuden a las urnas con previa lectura, siquiera en síntesis, de los programas electorales y una atención suficiente al tono y el fondo de los mensajes. E incluso que acogen con cierto respeto -propio de culturas avanzadas- las diferentes ofertas que formulan quienes aspiran a gobernar el país desde bases razonables e incluso sostenibles pese al desgaste.

Resulta obvio que, al menos en opinión personal de quien escribe, nada o muy poco de todo eso se da en la Galicia de hoy. Y por tanto la reflexión que bautiza el día no es tanto una obligación teórica inserta en el modelo que aquí se sigue, sino una auténtica necesidad para lograr lo que siempre habría de constituir objetivo de la esencia democrática. Es decir, que el sufragio sea informado, meditado y decidido según el criterio personal de quienes lo depositen en la urna. Eso significa que en un día de reflexión, lo que hay que hacer es reflexionar. Pero Grullo dixit, y punto.

Por supuesto, habrá que hacerlo en serio y no al estilo carpetovetónico basado en la intervención de determinados órganos necesarios para otras funciones en el proceso mental que conlleva toda reflexión seria. Un proceso que, en el caso gallego, dispone de un factor esencial: la sabiduría, algunos creen que innata, de los habitantes del Noroeste a la hora de separar el grano de la paja o, hablando de y sobre política, la prosa del verso. Lo que puede traducirse por un instinto que permite distinguir entre los cuentos de Calleja y los de origen chino, por ejemplo. Quizá pensara en eso el legislador cuanto estableció un día para la práctica de lo que alguien calificó como "funesta manía de pensar". Un grave error, por supuesto.

¿No?