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Ceferino de Blas.

El nombre de la enfermera

Nadie conoce el nombre de aquella enfermera viguesa que se encerró en la casa de una paciente grave durante la gripe del 18. Fue una heroína anónima, como ahora hay tantas, que son tiempos de heroísmos y anonimatos. Por eso merece un recuerdo.

En la epidemia de hace un siglo hubo un famoso caso en Vigo, en plena escalada de la enfermedad, en la primera quincena de octubre - había 1.381 infectados-, en el que intervino uno de los médicos más prestigiosos de la época: el Dr. Gil Casares, catedrático de la Universidad de Santiago.

El fallecimiento de un varón, ocurrido en las Traviesas, lo atribuyó a una invasión de peste neumónica. Pese al prestigio del que gozaba, su opinión fue rechazada por el colectivo de médicos vigueses, en la reunión que mantuvieron en el Ayuntamiento con el alcalde Lago Álvarez, para revisar la situación sanitaria, y en la que se analizó el caso.

Los profesionales vigueses, sin atender a los galones del catedrático, discreparon por considerar precipitado el diagnóstico, que se basó en una "simple visita al enfermo", sin "el pertinente examen al microscopio".

En Vigo había médicos de gran nivel, a los que no acomplejaba el prestigio de Miguel Gil Casares. Por eso expresaron públicamente su discrepancia.

El alcalde les informó de la situación. En la misma casa de Traviesas donde se había producido el fallecimiento, habitaba otra enferma a la que se había diagnosticado bronconeumonía gripal.

Ante la alarma social que podía producirse, dispuso el completo aislamiento de la vivienda, donde solo podía entrar el médico, y que la enfermera que atendía a la paciente quedase allí confinada, sin poder salir.

¿Si obvian la voluntariedad, no aprecian analogías con los ejemplos de las cuidadoras que se han encerrado con los mayores? Se ha criticado con dureza al sector por las muertes habidas en las residencias, sin tener en cuenta las circunstancias ni valorar el sacrificio de muchos de sus empleados, y la valentía de los que se encerraron con los residentes. También merecen un desagravio.

En aquella pandemia, el colectivo médico, de enfermeras y el personal imprescindible para mantener a punto los hospitales, se subsumieron en el anonimato y funcionaron como un todo. No salieron a relucir nombres concretos. Actuaron los conjuntos, sin que nadie pretendiera sobresalir ni arrogarse méritos. Esta conducta ha vuelto a repetirse.

En todas las profesiones se cultiva el divismo. Entre los médicos incluso se extrema, pero no se discute quizá porque los profanos sienten un aprecio reverencial por la profesión que cuida de lo más importante del ser humano: la vida. De ahí que, más que criticarlos, se admire a los "divos" del bisturí o del diagnóstico.

Pero ni en la gripe del 18 ni el coronavirus se han activado los egos ni se han expandido, hasta ahora, noticias de curaciones increíbles, debidas a alguna de las eminencias que trabajan en los hospitales.

En las sinfónicas hospitalarias, durante esta pandemia han sonado poco los solos, porque la partitura estaba escrita para la orquesta. De ahí que el mérito haya que asignárselo al conjunto.

También en la gripe del 18, en Vigo, se divulgaron pocos nombres. Hay dos excepciones, pero por razón de sus cargos.

Uno es el médico y concejal, Waldo Gil, que fue quien primero dio la alerta de la opinión del Dr. Gil Casares sobre el caso de Traviesas, en una sesión municipal. Era un reconocido profesional. Siendo nuevamente concejal socialista, Waldo Gil Santóstegui sería asesinado en la represión del 36.

El otro es el Dr. Viondi -Alfredo Pérez Viondi-, director del Hospital Militar, que cedió 100 camas al Ayuntamiento para acoger enfermos en los hospitalillos que se habilitaran. Fue el que aleccionó al alcalde Lago Alvarez sobre el fallecido y la situación de la enfermera, a los que había visitado. Era cuñado de Castelao, y fue alcalde de Vigo, en las postrimerías del gobierno del general Primo de Rivera (1929-1930).

Nada se volvió a saber de la enfermera. Ni si fue invadida por la gripe o logró salir de la casa en la que quedó encerrada, y a qué se dedicó después. Como ocurre con el soldado desconocido, es la enfermera desconocida. ¡Ojalá la transmisión oral funcione, y alguno de los múltiples vigueses, amantes de las pequeñas historias de la ciudad, descubriera cómo se llamaba y quién era!

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