En diciembre de 2016, Edgar Maddison Welch entró en una pizzería de Washington DC con un rifle de asalto AR-15 y abrió fuego. El hombre, de 28 años, fue arrestado. Nadie resultó herido. Welch condujo más de cuatro horas desde su casa en Carolina del Norte hasta la capital del país para desarticular una supuesta red de pedofilia dirigida por (o vinculada con) Hillary Clinton. Este bulo se había expandido por varias páginas de internet, así como por Facebook y Twitter, con la ayuda de Alex Jones, un bullicioso teórico de la conspiración. Welch, condenado luego a cuatro años de prisión, pensaba, tras leer aquellas historias fabricadas, que en ese restaurante familiar se estaban cometiendo abusos contra unos menores y quiso ir a "rescatarlos".

"After Truth: Disinformation and the Cost of Fake News", un documental de HBO sobre las noticias falsas muestra los testimonios de las víctimas del incidente, conocido como el "Pizzagate", poniendo caras a las personas que recibieron amenazas de muerte y, aquel día, fueron apuntadas con un arma. También aparecen otros casos, otras teorías conspirativas y otras campañas de difamación. Pero, a mi juicio, lo realmente interesante es escuchar a estos empleados que, de la noche a la mañana, se vieron a sí mismos como protagonistas de este disparate que ocupó las primeras páginas de la prensa nacional.

¿Por qué? Porque estas personas padecieron las consecuencias de unas mentiras. No porque el bulo apareció en los grandes medios, cuya audiencia es limitada y ya llevaban un tiempo desmintiendo el asunto, sino porque fue propagado en ese campo sin puertas llamado internet. Se convirtió en un rumor. Y ese rumor no era solo un rumor; despertaba las fobias de un determinado tipo de personas. La inventada red de pederastia la dirigían, claro, altos cargos del Partido Demócrata; los dueños y trabajadores del local son miembros de la comunidad LGTBI y promotores de causas progresistas.

Las conspiraciones, al contrario de lo que se suele creer, tienen mucho sentido. Se ajustan perfectamente a los prejuicios de cierta gente que pretende fijar un orden en el caos; las casualidades, según ellos, no existen. Nunca. Tiene que haber alguien (preferiblemente no caucásico) detrás. De todo. Siempre hay una confabulación. Puede ser judeomasónica, de los Illuminati o globalista. Un nuevo orden mundial. Y etcétera. Gente que tiene un programa para derribar cosas. ¿Qué cosas? Pues los estados, nuestro sistema de vida, nuestros valores, los patriotas y la nación. Todo lo establecido. Todo lo que apreciamos. ¿Quiénes? George Soros, por ejemplo, cuyo nombre aparece también en este documental como cómplice de los Clinton en sus ficticias actividades criminales y en otras tantas fantasías.

Los conspiranoicos, al igual que los hipocondriacos con sus autodiagnosticadas enfermedades, de vez en cuando aciertan, como el reloj averiado que da la hora correctamente una vez al día. O aciertan en un nombre, en un correo electrónico, en unas organizaciones, en una letra. Y el río suena. Y todo encaja. El documental, sin embargo, tiene algunos problemas, como proporcionar demasiado protagonismo a un par de embusteros que se sienten orgullosos de serlo. Se entiende que la intención es retratarlos, dejarlos en evidencia. Pero algunos espectadores seguro que ven en ellos a dos rebeldes que se enfrentan al establishment. Se sienten cómodos delante de la cámara precisamente porque ahora sus pensamientos ("si estudias filosofía ya sabes que no existe la realidad, solo la percepción", dice uno de ellos) ya no parecen tan delirantes, especialmente cuando se mofan del periodismo. Además, ¿quién verá este documental? Probablemente unas personas que ya saben que no son buenos tiempos para los hechos. Los teóricos de la conspiración lo tienen fácil: esto es un producto de las élites periodísticas. ¿Qué van a decir?, se preguntarán.

El final de esta historia es muy triste. Unas cuantas personas casi pierden la vida por unos rumores sin fundamento. Un joven, de nuevo, recurre a las armas para solucionar él mismo los problemas (o los suyos propios). Alex Jones pidió disculpas; la conspiración fue sustituida por otras. Y la vida continuó. Si alguien quiere saber lo que son las "fake news", que escuche el testimonio de James Alefantis cuando vio aparecer un rifle por la puerta de su local. Porque esa trágica escena, desafortunadamente, sí contiene una verdad incontestable. Son las consecuencias de los bulos que, además de destruir candidatos presidenciales, también pueden hacer que se peguen tiros en una pizzería.