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El nuevo escenario de la calle

La calle ha dejado de ser un espacio siniestro en el grandísimo escenario del teatro hispano. Aquellas superficies públicas, inmaculadas por su silencio y limpieza, empiezan a estar cargadas de una estética inocente cuya teatralidad provoca alegres sombras fugaces que desaparecen por las esquinas, como escenas inspiradas en el "Teatro fantástico" de Benavente. Las calles y plazas de nuestras ciudades eran piezas clave del drama que diariamente se interpreta en el interior de los teatros familiares con toda su fuerza emocional. La aparición pública de niños y acompañantes rompe aquel aire de soledad que todavía sigue provocando fantasías que nos conducen a través de dos ambientes, aquel que nos lleva al escenario del contagio epidémico y el que nos encamina al callejón cargado de tragedia económica, donde la pobreza intenta penetrar por las puertas de muchas viviendas, mientras la felicidad huye a través de sus ventanas.

Ninguna obra teatral conocida golpea al espectador como la que vivimos hoy, obligando al vecindario a transformarse en un intérprete más, encerrado en su vivienda, bajo el mandato de un personaje central -el malvado Coronavirus- que está presente en el escenario pero sin aparición visible. Ante ese virus maligno, causante de un derrumbamiento económico, no es justificable el más mínimo recelo u oposición ante un pacto estratégico de la sociedad plural, para vencer al maldito protagonista y para recuperar la economía del país. La obra dramática del Coronavirus y sus consecuencias no da cabida a la farsa caricaturesca de la oposición política como sistema, más propio de histriones primerizos de sátira e insulto. La adversidad de este drama queda muy lejos de aquella plaga de ratones que requería de un flautista de Hamelín con poderes mágicos para librar a un pueblo de la peste bubónica. En el dramatismo de nuestra obra participan millones de actores que sufren la desgracia que en muchas escenas finaliza con la destrucción social o la eliminación física de los esforzados protagonistas.

En pleno centro de la Viena de Beethoven existe la conmovedora escultura barroca "Pestsäule", que escenifica el sufrimiento de la mayor peste que sufrió Europa, como testimonio que rememora una realidad que jamás creía vivir aquella sociedad avanzada e intocable, indemne a la muerte. Los amaneceres de toda la metrópoli viguesa también se vieron azotados por diez aterradoras pestes desde 1320 al 1918, a las que habrá que sumar la actual, todas ellas merecedoras de un símbolo alegórico para el reconocimiento histórico de sus víctimas.

El telón del aplauso final que anunciará el remate de esta gran representación dramática, caerá tras el cumplimiento unitario de todos los recursos políticos, sanitarios y éticos, con la feliz conclusión del tránsito final del personaje maldito, la reconstrucción del tejido productivo y los recursos económicos, junto con el trazado de nuevos ejes centrales que fortalezcan las defensas del bienestar público.

*Miembro del Instituto de Estudios Vigueses

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