Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Escambullado no abisal

Al Sol

Contaba Isaac Asimov que en una conferencia explicó que el Sol se iba a apagar dentro de 5.000 millones de años. Al concluir su exposición, una señora se le acercó visiblemente preocupada.

-Perdone, ¿ha dicho 5.000 años o 5.000 millones de años?

-He dicho 5.000 millones de años -contestó el escritor.

-Ah, vale. Me había asustado -respiró aliviada.

En cada ser humano se combinan lo prolongado y lo efímero. Neil deGrasse Tyson, heredero de Carl Sagan en la divulgación astronómica, suele emplear el calendario cósmico en sus exposiciones: la traslación a un año natural de toda la historia del Universo, que se habría creado el 1 de enero. La humanidad ocuparía hora y media del último día de diciembre en ese modelo; nuestra vida media, apenas 0,15 segundos antes de las campanadas. Esta última proporción disminuye de manera irremediable, por mucho que nos esforcemos en estirar nuestra longevidad. La dificultad de contactar con extraterrestres no reside solo en las distancias siderales, sino en los abismos temporales; cuántas civilizaciones alienígenas se habrán erguido y desmoronado, su destino inevitable, sin llegar a coincidir.

Somos imperceptibles y a la vez, sin embargo, eternos. A efectos de nuestra consciencia, todo se crea con nuestro nacimiento y concluye con nuestra muerte, no desaparecemos nosotros sino lo que nos circunda, y por eso mismo carecemos de principio y de final. Cada uno es un dios de sí mismo; nada nos precede ni nos sucede. El berrido del parto es nuestro hágase la luz; el estertor, nuestro apocalipsis sin redención. La posibilidad de extinguirnos solo nos preocupa si nos afecta dentro de esa inmortalidad perecedera. Por eso dejamos los pisos destrozados cuando expira el alquiler y dejaremos el planeta destrozado cuando expire este otro contrato biológico.

A la señora que Asimov asustó, obviamente, solo le inquietaba que el Sol se apagase en los pocos años, en términos cósmicos, que a ella le quedaban. Asimov no quiso ahondar en su miedo con nuevos datos. La vida en la Tierra y tal vez la Tierra misma habrán desaparecido mucho antes de esos 5.000 millones, cuando el Sol, nuestra amable enana amarilla, devenga en gigante roja. La ingestión de Mercurio y Venus está garantizada.

Pero el cataclismo podría acontecer incluso antes de 5.000 años. Cada siglo o dos se produce una tormenta solar especialmente fuerte. En 1859, en lo que se conoce como Evento Carrington, las ondas de radiación y viento solar que alcanzaron el planeta frieron los cables de los telégrafos y los cortocircuitos incendiaron los postes. Una llamarada de suficiente magnitud podría provocar el caos en nuestra sociedad tecnificada y devolvernos a las cavernas. Nos arrastraríamos bajo preciosas auroras boreales.

Nos sobrevuelan meteoritos, como aquel que impactó en el Yucatán, y los rayos de supernovas distantes. Tememos que el cielo caiga sobre nuestras cabezas. Como se consolaba Abraracúrcix, eso no va a suceder mañana... Tampoco iba a haber una pandemia. ¿Y a quién le importa hora y media, no digamos ya 0,15 segundos, en todo un año? Al Universo, desde luego, nada de nada.

Compartir el artículo

stats