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La isla de los confinados

Los españoles todavía viviremos confinados en nuestros hogares durante un período de tiempo. Pero, como todos los humanos, somos seres sociales y necesitamos relacionarnos con otras personas para nuestro desarrollo y bienestar. Nadie quiere estar ni sentirse solo. Además, el aislamiento en ciertas circunstancias es tóxico para el cuerpo humano, por eso preferimos el contacto y el estímulo íntimo. El estado de ansiedad provocado por el confinamiento se expresa a través de grandes pinturas de la historia del arte, pintadas en momentos febriles de creación, como "El grito", de Munch, o "Saturno devorando a su hijo", de Goya, con alusión al dios Cronos que gobierna el paso del tiempo.

El confinamiento puede tener consecuencias para la salud emocional, en ciertos individuos, si no tienen una actividad en sus casas por elemental que sea; porque vivir la soledad puede suponer un gran desafío y muchas personas no están preparadas para soportar el aislamiento, por eso hay que intentar poblar esa soledad con actividades diversas. El confinamiento que sufrimos estos días es la reclusión de la población dentro de unos límites territoriales para evitar el contacto, cuyo origen es una enfermedad contagiosa. Pero no vivimos aislados. Este confinamiento social no tiene los efectos de una soledad forzosa, como la del condenado en prisión. Tal es el caso de Napoleón, desterrado en la isla de Santa Elena hasta su muerte o el encierro de quienes hemos sufrido años de condena en prisiones franquistas. Ese confinamiento nada tiene que ver con el aislamiento poblacional que hoy vivimos ante una peligrosa pandemia.

A lo largo de su historia, la Isla de San Simón en la Ría de Vigo conoció el aislamiento de infecciosos por la Peste Negra (1348), más tarde fue lazareto marítimo de confinados contagiados de plagas y obligada cuarentena a la que se sometían los barcos procedentes de América (1838). Ningún enclave tan pequeño de Galicia acumula tanta historia y tanto horror como esta isla, que también fue desde 1936 un campo de concentración siniestro donde la muerte era la salvación para dejar de padecer. Los presos de San Simón, deambulaban como fantasmas aquejados del terror patológico en la Isla de los Confinados.

El confinamiento actual en los domicilios del país está muy lejos del patológico terror vivido en otras circunstancias. Hoy existe un prudente temor al contagio vírico a tocar y ser tocados. Pero no dejemos que el aislamiento de hoy se apodere de nuestras vidas, abandonándonos a nosotros mismos. Tras aquel virus económico de la crisis del 2008 acordaron salvar a los bancos; pero esta vez hay que salvar a la sociedad, a las empresas y la economía. La advertencia inmediata es no salir de casa para socorrer a las personas, pero el gran escarmiento de esta epidemia es la necesidad de un retorno del gran Estado y el fortalecimiento de lo público.

*Miembro del Instituto de Estudios Vigueses

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