La literatura de Stephen King suele conducirnos a dos tipos de lectura: una literal, en la que el miedo adquiere una representación específica, como un payaso (It), un perro (Cujo), un zombi (Cementerio de animales), un padre trastornado por sus delirios etílicos (El resplandor) o una epidemia de gripe (Apocalipsis); y una metafórica, cuando los lectores proyectan inconscientemente en ese monstruo, que puede ser sobrenatural o terrenal, fantástico o científico, unos temores íntimos, en ocasiones inconfesables. Pero ambas son igual de relevantes. En la primera nos sumergimos en un universo literario donde los personajes, elaborados con un realismo dickensiano, muestran sus carencias, imperfecciones y derrotas cotidianas, mientras hacen lo posible por conservar su trabajo y su familia en un escenario hostil, caótico e incomprensible; en la segunda, una vez asumida dicha realidad humana, intentamos desentrañar el secreto del monstruo, un antagonista necesario, preguntándonos por qué tenemos miedo y de qué tenemos miedo realmente, pues hemos podido comprobar que el mal, a pesar de la intervención de las fuerzas extrañas, no está demasiado lejos de nosotros mismos.

Es difícil negar que ahora el miedo se expande con mucha rapidez. Al abrir el periódico hallamos la posible pandemia, el hundimiento de las bolsas, las tendencias totalitarias, el terrorismo. También observamos algunos de sus efectos: la muerte, la xenofobia, el tribalismo, la delación, los bulos y el deseo de cerrar fronteras. En este contexto de alarmismo, cuando parece ponerse a prueba la resistencia de la globalización, se ha producido también un resurgimiento de la obra de Stephen King, cuyas novelas, tanto las antiguas como las recientes, se están adaptando continuamente al cine y a la televisión. King vuelve a estar de moda, como en los años setenta y ochenta, cuando publicó los libros más conocidos de su extensa bibliografía (más de sesenta títulos), y con él regresan algunos de los viejos horrores, que en el fondo son los mismos de siempre.

En la tradición de Edgar Allan Poe, Lovecraft, Shirley Jackson y Richard Matheson, el novelista estadounidense se ha ocupado de cultivar, con probada eficacia y brillantez, el género de terror, dejándonos unas historias épicas insólitas, mediante las cuales se pretende penetrar en la noche oscura del mundo, a veces sin salir del estado de Maine. A veces, como ocurre en la genialmente disparatada Tommyknockers, sin salir de su propio infierno de adicciones. A veces, como ocurre en La cúpula, aislando a un pueblo del resto del mundo. Si dejamos a un lado los payasos asesinos, los automóviles poseídos, los hombres lobo, los vampiros y la telekinesis, nos quedamos a solas con el miedo, auténtico motor de los relatos, del cual se han alimentado los tiranos de todas las épocas.

En The Outsider, una serie de HBO basada en la novela homónima de King, Yunis Sablo, uno de los detectives que investiga el extraño asesinato de un niño, comienza a pensar que el crimen no se puede explicar de una manera racional y le comenta a Ralph, su compañero, que hay que tener "la mente abierta". Pero Ralph piensa que el trabajo del policía no consiste en eso, que deben ceñirse a las evidencias empíricas. Entonces Sablo le dice: "¿Sabes cuál es la diferencia entre tú y yo? Que tú necesitas darle un sentido a todo esto; yo simplemente quiero que se acabe". Son dos maneras distintas de enfrentarse a un misterio que desafía la lógica y dos maneras de aproximarse a la literatura de Stephen King. Algunos lectores necesitan encontrarles un sentido a sus novelas y se frustran al observar que no lo tienen; otros, en cambio, quieren devorarlas, pues entienden que lidiar con esa angustia generada por la ficción es también una forma de superar la angustia que afrontamos en la vida.