Una próspera ciudad industrial y universitaria, situada en el centro oriental de China, se ha convertido en los últimos días en el eje de la atención y en la preocupación mundial. Allí se ha desatado la epidemia generada por el coronavirus que provoca una neumonía con efectos letales los casos más graves. Su transmisión y contagio se produce entre personas cercanas y es relativamente fácil y rápida la contaminación. Aunque tiene a crecer el número de afectados, poco tiene que ver con la llamada "Gripe Española" de 1917-1928, una pandemia causante de millones de muertos prácticamente en todo el mundo. Y con la epidemia de ébola entre 2014 y 2016. Con todo, la Organización Mundial de la Salud ha hecho bien en declarar una preventiva alerta global.
Es cierto que las autoridades chinas no han vacilado en crear un férreo cordón sanitario en la provincia de Hubei. Una medida profiláctica tan extrema y de inmediato cumplimiento como sorprendente para los países democráticos occidentales, donde este estricto procedimiento habría requerido, probablemente, de procedimientos formales más lentos. El carácter autoritario del régimen chino se libra de estas formalidades y la medida se toma directamente por las más altas autoridades.
Así las cosas, habrá que agradecer tal prontitud en la aplicación del más rígido protocolo al régimen chino. Hoy los efectos de la globalización y la inmediata información universal han favorecido una rápida y extensa actuación en los países que comienzan a sufrir los efectos de la epidemia. Y aunque todavía no se ha encontrado la vacuna inmunizadora, y se conocen las respuestas más inmediatas ante los casos que se van diseminando allí donde han aparecido unos pocos.
Todo comenzó en un mercado de animales salvajes que se habían saltado las inspecciones sanitarias. El tiempo que medio entre los primeros afectados y su rápida extensión, quizá sea el responsable de esta alarmante infección que a todos nos inquieta.
