¿Importa la economía hasta el punto de decantar el voto en las elecciones de noviembre? ¿O por el contrario tiene mayor influencia en él la exhumación de los restos de Franco o si a Billy "el Niño" le ha quitado el Gobierno las medallas?
¿Y si la economía importa a quién podría beneficiar y a quienes perjudicar? No es fácil adivinarlo. Tampoco si el desahucio de la momia del Valle de los Caídos permitirá a Sánchez sacar pecho después de todo el tiempo transcurrido haciendo de la necrofilia del pasado una reivindicación del presente o, al revés, con tanta obstinación premeditadamente electoralista el tiro le va a salir por la culata.
Nada se sabe. Partimos, eso sí, de la sospecha de que los resultados de las urnas del 10-N van a ser lo más parecido posible a los que los partidos obtuvieron en abril y no fueron capaces de gestionar para formar gobierno. Es posible también, como se está viendo, que la resistencia reiterada al acuerdo facilite en esta ocasión una mayor flexibilidad con el fin de no defraudar del todo la confianza de los electores y acabar con la paciencia de los ciudadanos en general. Esa es la única esperanza.
Los sondeos predicen una nueva victoria socialista pero no un crecimiento de sus expectativas en escaños. Todo parece indicar que los españoles son conscientes de que Sánchez ha mareado demasiado la perdiz movido por sus exclusivos intereses pero, al mismo tiempo, ninguno de sus adversarios derrocha simpatía y credibilidad como para poder tumbarlo. El Gobierno no contaba con los malos índices económicos y la crisis; en esta ocasión tampoco puede oponerse a ella negándola como sucedió en la etapa de Zapatero y Solbes.
La economía es un argumento más sólido, en contra o a favor, que la astracanada de los restos del Dictador. Suponemos ¿Pero quién sabe lo que pasa por la cabeza del que deposita su papeleta en la urna? La predictibilidad está en el aire.
