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No es por el huevo (de Franco), sino por el fuero

Una vulneración de los acuerdos entre el Estado y la Iglesia

El Supremo, pero no Dios, vuelve a desafiar a nuestra humilde inteligencia, ya que ha chutado el balón al área para que el Gobierno lo remate y lo encaje en el portalón del Valle de los Caídos con la finalidad de entrar y sacar los restos de Franco. Pues bien, el poco seso que el Supremo supone que tenemos se pregunta por la nula consideración de los tratados internacionales entre el Reino de España y la Santa Sede y el Derecho Canónico que rige sobre el fuero eclesiástico, esto es, el personal consagrado y los lugares inviolables de culto. Es decir, que el prior del Valle podrá ser carca, falangista, ultramontano y todo lo que se desee, pero no entendemos el motivo por el que jueces y políticos se empeñan en que este benedictino se ponga a prevaricar conculcando conscientemente los cánones de la Iglesia (el muerto se saca del lugar sagrado si la familia lo acuerda con los poderes o con el sursum corda). Con todo, confiamos en que alguien del personal consagrado nos lo explique, aunque en la Conferencia Episcopal Española (CEE), salvo excepciones, predominan los corderos de Dios con mitra, es decir, mansos como palomas, pero no astutos como serpientes. No obstante, tienen un portavoz inteligente, incluso brillante, aunque hasta el presente no ha dado ni una mala palabra ni una buena acción. Podría hablar también el cardenal arzobispo de Madrid, que es un terso intelectual, siempre atento a los políticos y a los primates en general (primate, según segunda definición de Diccionario).

Dicho todo esto, y en ausencia de otros auxilios, estaríamos dispuestos a poner el pecho como defensa frente a la razia cadavérica del Gobierno. Incluso estaríamos dispuestos a recibir algún toletazo o a escuchar algún sermoncete político, por ejemplo, de la clarividente Calvo, o de Lastra, que siempre nos causa una gran ternura. Y todo ello lo soportaríamos, no por el huevo del caudillo, sino por el fuero propio de la libertad religiosa, uno de cuyos pilares consiste en que ni judío ni gentil, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ni musulmán ni mormón, ni calvinista suizo, o evangélico alemán, o luterano nórdico, ni episcopaliano de Boston, ni baptista de Alabama, ni tibetano de Hollywood, ni cuáquero de Oxford, verán en un país civilizado que la tropa penetre en sus lugares de celebración. Insistimos: país civilizado y sin gobernantes insensatos. Aquí no somos ni profranco ni contrafranco, ni católico antiguo ni modernillo; de hecho, más que católico uno es autólico, y también profundamente progresista, con lo cual saltan las lágrimas al recordar cómo el PSOE y adláteres la ciscaron tan perfectamente en mayo del 31 (quema de templos), en enero del 32 (expulsión de los jesuitas), en octubre del 34 (destripando personal consagrado), entre febrero y julio de 1936 (incontables agresiones a religiosos), y de julio a diciembre de ese mismo año (10.000 católicos eliminados y estremecimiento consiguiente en los países civilizados del entorno). Solo lo recordamos a mayor gloria de la Memoria Histórica y para cautela de exhumantes.

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