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Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

El baño

A la vista del episodio ourensano, después de que un informe falso -en la versión más benigna, mal interpretado- sobre el estado de las aguas termales en espacios públicos, proceden varias reflexiones y una exigencia. De las primeras, una sobre todas: la apertura inmediata de una investigación que determine los motivos y actuación del grupo que provocó la alarma social, que es el municipal socialista. La segunda, una información exhaustiva acerca del estado real de la zona, de forma que se ratifique lo expuesto por el Colegio de Farmacéuticos que negaba la mayor.

En cuanto a la exigencia, hay que desdoblarla porque si la denuncia que dio lugar al susto fue producto de un error, los concejales del PSOE tienen la obligación de reconocerlo y disculparse ante la población; y si fue una maniobra intencionada desde una falsedad consciente, no hay otra salida que exigirles a todos la renuncia inmediata. Porque pocas veces estaría más claro eso de "quien la hace la paga" que en este caso, en el que no caben los balbuceos de los presuntos responsables. Ni tampoco la simbólica audacia -al "fraguístico modo"- de un bañista.

(Conste que no pretende, quien esto escribe, rebajar al alcance que pueda tener el gesto del antes edil del PP y hoy de Cs, aunque parezca obvio que disponía de los datos farmacéuticos tranquilizadores antes del remojón. Y de que además de tranquilizar a la ciudadanía, el señor Araújo habrá obtenido un bonus de popularidad a rentabilizar en el futuro. En cualquier caso, y siempre desde el punto de vista de quien esto firma, no conviene quedarse en la anécdota, porque el asunto tiene bastante más tela que cortar de la que en principio aparenta. Y sin exagerar).

En este punto, y por lo dicho, debería interesar a la opinión pública -que en todo caso es soberana para elegir dónde colocar el foco de atención- conocer la opinión de los dirigentes del PSOE gallego, algunos de ellos especialmente habilidosos a la hora de retorcer argumentos. Porque la cuestión es de ética y de estética, e incluso de fijar el límite hasta el que pueda llegar cualquier político no ya en este antiguo Reino, sino del uno al otro confín, no vaya a resultar que se les confunda con los piratas de Espronceda, que quedan bien en el verso, pero en la prosa, menos.

Sea como fuere, lo dicho: que no conviene olvidar que este episodio -como el de Palomares, salvando las distancias y el riesgo, claro- ha de servir para algo más que echar la vista atrás y comprobar que los tiempos pasados no han sido mejores, sino que, como mucho, sentaban precedentes que ahora no convendría repetir. Lo de divulgar "fake news" era propio de Boris Johnson y parece una herramienta de la batalla entre Trump y sus críticos, pero sería conveniente que no crease escuela aquí. Ni en política ni en ninguna otra prodesión, por supuesto.

¿Eh...?

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