Después de cerrar un primer semestre de récord de visitantes, Galicia aspira a superar la marca en lo que resta de año. A falta de rematar la recta final de septiembre, la campaña de verano, aunque irregular en lo climatológico, apunta asimismo buenos resultados en su conjunto. La saturación de parajes emblemáticos, la falta de consideración hacia las desgracias, la amplia oferta de posibilidades en el mar y en el monte y la avidez por conocer y experimentar los atractivos del paraíso han multiplicado también los accidentes. Los tesoros para disfrutar, en la costa y en el interior, no pueden teñirse de accidentes por la imprudencia de quienes no respetan lo más mínimo el peligro.

Hace poco más de una semana, una pareja de Zaragoza y sus dos hijos menores de edad que se encontraban visitando A Barca de Muxía fueron arrastrados por un golpe de mar tras acercarse peligrosamente al borde del litoral. Suerte que pudieron ponerse a salvo por sus propios medios, aunque tuvieron que ser atendidos por los equipos médicos. Otros despropósitos por desinformación o negligencia no tienen el mismo final. Desde que en 2012 la Xunta comenzó a cobrar el auxilio en casos de negligencias, imprudencias o evacuaciones, ha facturado más de 415.000 euros por 117 intervenciones que obligaron a movilizar a los equipos de emergencias. A día de hoy aún le adeudan 56.000 euros por expedientes de los últimos tres años.

No son casos aislados. En el mar, por intrepidez y confianza, se repiten más de lo debido. Cuatro turistas rusos quisieron bañarse a medianoche en una zona de fuertes corrientes en A Toxa tras participar en una fiesta en un establecimiento hotelero de la isla. El agua los arrastró pero afortunadamente lograron alcanzar la orilla, no sin antes haber provocado la movilización de un amplio operativo de rescate con despliegue de policías, guardias civiles, Guardacostas, Salvamento Marítimo y 061. También dos menores que practicaban bodyboard tuvieron que ser rescatados cuando se los llevaba la corriente en A Lanzada.

Detrás de muchos de estos episodios hay claras imprudencias cuando no el desdén a los avisos de peligro en el mar. Los socorristas se quejan de la desatención de muchos bañistas a seguir sus advertencias y extremar la precaución cuando hay situaciones de riesgo. Otro tanto de lo mismo ocurre en la montaña o en parajes del interior que entrañan peligros. También se han pasado facturas por rescates en barrancos y acantilados por unos cuantos miles de euros. Solo la movilización de un helicóptero cuesta una minuta de 2.200 euros por hora.

Los miembros de los servicios de rescate y de las fuerzas de seguridad notan que muchas personas han perdido el sentido del riesgo y buscan frívolamente la adrenalina de la aventura a cualquier precio. Ese espíritu tiene la plasmación más absurda en el fenómeno de autorretratarse en peñas enriscadas o en peripecias insólitas con tal de compartir una imagen epatante en las redes sociales. Como ejemplo más reciente, los dos jóvenes apercibidos por la policía la semana pasada en Cíes cuando se hacían selfis en los acantilados de subida al faro, exponiéndose peligrosamente a despeñarse. Unos días antes, otra patrulla localizó a tres niños escalando por unas rocas para tratar de acortar la ruta saliéndose del camino marcado.

Todavía está reciente la irresponsable "moda" de este verano de curiosos y de amantes de Instagram adentrándose en viejas canteras abandonadas en Porriño y a la antigua mina de Monte Neme para retratarse, sin ser conscientes del riesgo existente. Quizá sea una seña de identidad de estos tiempos, en los que el elevado nivel de desarrollo y la alta calidad de vida infunden la sensación de que no existen los imposibles. Quienes no ponen coto a sus osadías se comportan como si fueran inmunes a todo o como si a otros les correspondiera la obligación de sacarles de los atolladeros a cualquier coste.

Perciben también los profesionales una merma del principio de autoridad que no solo se traduce en un desafío a las reglas sino también en cuestionar desde la ignorancia los conocimientos de los expertos. Al que impone límites incluso se le considera un aguafiestas. Numerosas sanciones para los desobedientes carecen de fuerza coercitiva, en especial en los arenales, y apenas son conocidas. Quien salta una disposición de tráfico, en cambio, se la juega. El paso de la factura por los auxilios todavía no ha trascendido lo suficiente como para hacer disminuir las imprudencias, ni ayudar a concienciar de la inconveniencia de practicar deportes de riesgo o adentrarse en zonas peligrosas como acantilados y zonas de montaña en chanclas y traje de baño. Casos de este tipo siguen lamentablemente viéndose.

Queda mucha tarea preventiva por realizar. La Cruz Roja organiza divertidos cursillos en la arena para divulgar su labor entre los niños. Además de educarse en el respeto al mar, los pequeños pueden contribuir mucho a que sus padres. Los montañeros abogan por realizar campañas pedagógicas para acabar con los accidentes evitables, canalizando al excursionista hacia los senderos adaptados a su preparación mediante mucha información y una señalización adecuada. Los peligros nunca desaparecerán totalmente, pero todo esfuerzo en esa dirección merece la pena. Los visitantes seguro que lo agradecen y la Comunidad seguirá ganando en calidad e imagen, ahora que lo saludable está de moda y las actividades al aire libre gozan de enorme popularidad.

La insensatez no puede adelantar a la seguridad. Galicia está hecha para disfrutar de sus mares y de sus ríos, de sus montes y de sus acantilados, para caminar y para extasiarse con las maravillas de su paisaje, no para llevarse como recuerdo de las vacaciones un gran disgusto.