Hace dos semanas, Salvini, el alumno aventajado de la ultraderecha europea, tenía las cuentas muy claras: tensó la coalición con sus socios del M5S -la galaxia populista de tintes izquierdosos-, dio por roto el Gobierno y presentó una moción de censura contra su propio Ejecutivo. Solo minusvaloró un matiz: no era él quien presidía el Gobierno, sino el técnico independiente Conte, siempre tachado de pelele. Y el pelele decidió ponerle las cosas difíciles.
Según los cálculos de Salvini, la censura tenía que votarse de inmediato, lo que llevaría a las urnas en octubre y le haría al fin presidente. Pero Conte maniobró con el M5S, sedujo al opositor PD y consiguió que la sesión de ayer en el Senado no se consagrase a votar la censura sino a permitirle desgranar su balance de quince meses, vapulear a Salvini y dimitir. El matiz no es despreciable, porque ahora la pelota la tiene el presidente de la República, quien puede escoger entre encargar un nuevo Gobierno -el PD y el M5S no le hacen ascos a intentarlo- o convocar elecciones.
Ha sido en este lapso de dos semanas -conocido como "crisis del mojito" por las fotos playeras de Salvini que lo han jalonado- cuando la batalla del 'Open Arms', nacida a la par que la explosión del Gobierno, se ha endurecido hasta hipnotizar a la opinión pública. Los migrantes, un pilar de la cotización de Salvini en las encuestas, se han vuelto el arma arrojadiza de quienes, dentro y fuera de Italia, apoyan o atacan al capo de la Liga.
Salvini ha hecho una exhibición de dureza frente al 'Open Arms'. Pero, de nuevo, ha minusvalorado un matiz: la intervención de la fiscalía italiana que, ayer mismo por la tarde, justo cuando Conte se dirigía a presentar su dimisión al presidente de la República, ordenó que los migrantes desembarcasen en Italia. Sin duda habrá elecciones más pronto que tarde. Y es posible que las gane la Liga. Pero el alumno aventajado, que aún exhibe demasiado pelo de la dehesa, necesita mejorar si pretende progresar adecuadamente.