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Mezclilla

Gente muy rara

Gertrudis, Gertri o Gertru, aborrecía con pasión y rabia a la gente de todas clases sin excepción, aunque a veces se decía que ella, en realidad, no era humana, sino un anómalo ser extraño y estrambótico que tampoco era un animal y que odiaba a perros, gatos, moscas, peces, loros conejos, gallos, gallinas, pollos, pollas, arañas, ratas, ratones, burros, caballos?

Vivía con una anciana semihumana porque, de la cintura para arriba de su cuerpo, tenía dos pechos de vaca, cuya leche servía para alimentar a un viejo brujo que, según ella aseguraba, era capaz de derribar aquella casa pronunciando un par de palabras mágicas.

Gertru no le tenía ningún miedo, porque doña Salomona, la vieja bruja, la necesitaba, dependía de ella para todo, como lavarla y darle de comer, hacerle la cama, la manicura, pedicura y peluquería para que el temblor de las manos no tirara al suelo el platillo con la comida y demás objetos; y la necesitaba también para entretenerla contándole historias que se le iban ocurriendo y que fascinaban a la anciana que, a veces, intervenía cambiando el nombre del protagonista o el de cualquier agonista que no le gustara o que aborreciera como ocurrió con el de Anatalio, que a Ger le encantaba porque así se llamaba un niño, compañero de la guardería hasta el bachillerato, y con el que mantenía aún una relación mediante el teléfono e internet, algo que exasperaba a la doña en cuestión, que entonces se ponía a cantar a gritos o incluso a berrear para fastidiarla a ella que, a veces, en ese momento, temía desquiciarse y mandar al otro mundo a aquella insoportable anciana.

Pero sucedió algo que hizo que todo cambiara, cuando la anciana, debido al fallecimiento de don Goadro, un pariente suyo del que era única heredera, se vio dueña de una fabulosa cantidad de euros y de joyas que valían no "un potosí", sino varios de los que, en un rapto de generosidad inesperado, hizo dueña a Gertrudis, diciéndole que ella, con lo que ganaba vendiendo la leche de sus tetas, tenía para vivir opíparamente el resto de su estancia en aquel asqueroso y malvado mundo, del que esperaba salir muy pronto.

Luego, al poco tiempo, Gertru desapareció. Nadie supo que si por encanto debido a un hada que la llevara a un mundo encantador o porque ella, gustosamente, se metiera en un agujero.

Pero sucedió que mucho, muchísimo después de no saberse nada de ella, una sobrina de doña Salomona, le contó a su tía que se había enterado por un medio del todo fiable de que su antigua criada, aquella tan remilgada con los animales, a los que aborrecía de modo enfermizo, tenía en Méjico, concretamente en la localidad de Chihuahua, una granja inmensa llena de caballos y perros de caza, pues nada más que había desaparecido con todo aquel pastón, con el que se había ido al otro lado del charco, gracias a la generosidad de ella, doña Salomona, empezó a hacerse más y más rica hasta llegar a ser multimillonaria. Y además, lo peor no, sino lo pésimo y macabro de toda su historia era que se había sometido a una operación estética de cuerpo y cara, y muy cara, carísima que le había dejado un rostro de perra y, debido a un mal toque en las cuerdas vocales había perdido su bonita voz ganando, desgraciadamente, una de ladrido canino. Sin embargo no se había suicidado como mucha gente pensaba sino que, muy al contrario, era feliz, muy feliz, felicísima, dedicada a trabajar con niñas y niños que tenían un grave retraso mental y que la adoraban, porque en este mundo cruel y sañudo se sentían protegidas, queridas, amados y seguros gracias a ella.

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