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De vuelta y media

La Plaza de la Estrella

Históricamente, el espacio permaneció anexo a la Herrería sin ninguna separación, hasta que adquirió una imagen propia a mediados de los años 40

"No nos oyen en lo que deben oírnos; nos preguntan en lo que saben y, entre tanto, ponen farolas por la plaza, quieren ajardinar delante de Artesanos, etc?. Todo con su sola autoridad?."

Filgueira Valverde transmitía este amargo lamento a Sánchez Cantón en una carta datada en febrero del año 1941, que forma parte del epistolario reunido en tres tomos por el Museo Provincial, bajo el título genérico de Cartolatría. El causante del disgusto no era otro que Hevia Marinas, dispuesto a hacer de su capa su sayo después de acceder por segunda vez a la alcaldía de Pontevedra tras la finalización de la Guerra Civil.

La supuesta desatención obedecía a la falta de alineamiento de la nueva edificación que José Olmedo y Manuel Peláez promovían en los Soportales, autorizada por la corporación municipal pese al criterio opuesto de la Comisión de Monumentos. De hecho, el organismo estatal presentó un recurso de reposición que fue rechazado por el Ayuntamiento.

La consulta innecesaria correspondía a la propiedad de O Galiñeiro, huerta integrada en la iglesia de San Francisco y devuelta por el Estado a la comunidad religiosa. Poco después allí se reubicaron los quioscos de prensa y tabaco de Enrique Paredes y Manuela García, respectivamente, que estaban a un lado de la plaza de la Herrería.

Y entre queja y queja, Filgueira también esbozaba a Sánchez Cantón su desagrado por el proyecto de instalar un jardín para embellecer el entorno del edificio de Educación y Descanso (antigua sede de Recreo de Artesanos) sin solicitar el parecer de la Comisión de Monumentos (antecedente de la Comisión de Defensa del Patrimonio Histórico-Artístico). Probablemente Remigio Hevia pensaba en realizar algo parecido a la renovación del Panterno o Parterre, que originó los jardines de Casto Sampedro.

Muy pocos días más tarde, quizá por la insistencia de Filgueira o porque Hevia lo pensó mejor, la corporación municipal cambió por completo aquel criterio inicial. Entonces pidió al arquitecto municipal, Emilio Quiroga, un estudio sobre el coste de la pavimentación "con loseta asfáltica y fraguado en cemento" de la Plaza de la Estrella, en lugar del ajardinamiento inicialmente previsto. Así comenzó la cuenta atrás para la nueva configuración de ese espacio singular, tal y como luce actualmente.

La Plaza de la Estrella carecía hasta entonces de una personalidad propia, puesto que estaba totalmente integrada en la Plaza de la Herrería. Solo era una parte del todo, sin ninguna separación ni diferenciación arquitectónica de la parte central, como muestran diversas fotografías de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Incluso tomaba prestado su nombre de la fonda La Estrella que, a su vez, derivó en El Parador, o sea el lugar de la ciudad donde llegaban y salían las diligencias hacia Vigo y Santiago.

Verdaderamente, la Plaza de la Estrella adquirió carta de naturaleza como tal mediante el diseño elaborado por el citado arquitecto con buen gusto y mimo admirable a principios de 1942. Dicho proyecto contempló su urbanización a un nivel un poco más bajo que la Herrería (de ahí las escaleras hacia los edificios del fondo, Educación y Descanso y la casa de la familia Barreiro). Y también incluyó el decorado de la placita con su estanque central, así como la reposición de aceras y alcantarillados.

Remigio Hevia acometió en aquel tiempo de tanta penuria una renovación integral del casco urbano. No quedó una calle o una plaza sin mejorar, y se ajardinaron algunos espacios. Para lograr aquel "milagro", el alcalde viajó a Madrid y allí logró la concesión de un préstamo en buenas condiciones por importe de 1.450.000 pesetas, que era una cantidad mareante. Y además, el Ayuntamiento aplicó siempre que pudo en cada proyecto el sistema de contribuciones especiales; es decir, que el pago de una parte del coste de cada obra corrió por cuenta de los propietarios beneficiados.

Las contribuciones especiales también se asignaron a la urbanización de la Plaza de la Estrella y el proyecto no tuvo ni una sola reclamación durante su exposición pública. De modo que el pleno municipal oficializó su aprobación definitiva el 30 de septiembre de 1942.

La adjudicación de la obra resultó un dolor de cabeza para Hevia tras el anuncio de la subasta pública por un presupuesto total de 41.573,44 pesetas. Tan ajustada estuvo la valoración, que no despertó el interés de ningún contratista en dos licitaciones sucesivas. Pero eso mismo ocurrió con otros proyectos de urbanizaciones y rehabilitaciones urbanas.

Finalmente, la corporación municipal facultó al alcalde para realizar una adjudicación directa previa invitación a varios constructores, y la reforma de la Plaza de la Estrella se sumó a la urbanización de diversas calles (Alhóndiga, Don Filiberto, Real, Princesa, Manuel Quiroga y otras), aunque en dos lotes distintos.

A la llamada de Hevia solo respondieron Raymundo Vázquez y José Pernas, quizá los promotores de más obras en Pontevedra. El segundo se llevó el gato al agua porque realizó una mayor rebaja económica que el primero: 6.356,86 pesetas menos frente a solo 3.022,14, sobre un montante total de los dos lotes que rondaba las 300.000 pesetas.

La adjudicación de la obra en la primavera de 1943 no supuso que su posterior ejecución resultara coser y cantar, ni mucho menos. Una materia prima como el cemento para la construcción, estaba sometida a un férreo control estatal por el aislamiento del régimen de Franco. Con bastante frecuencia sufría serios problemas de desabastecimiento y suministro, y precisamente la constructora viguesa argumentó una denegación del cupo solicitado a principios de 1944 para justificar un retraso en su terminación.

El Ayuntamiento concedió entonces un plazo improrrogable de dos meses para la finalización de la obra. Y la cosa no acabó muy bien, porque la empresa no cobró la última certificación del trabajo realizado hasta el año 1949. Su característico surtidor con la rosa de los vientos en el medio de la plaza, tardó algún tiempo en funcionar correctamente; una deficiencia que todavía arrastra hoy, setenta años después tras los múltiples achaques sufridos.

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