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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

Un galán de noventa años

Ha muerto a los noventa años el actor asturiano Arturo Fernández, que fue el galán joven más longevo de la escena española. Y lo milagroso es que a esa edad todavía ejercía de tal sin perder el aprecio de un público que nunca le reprochó la impostura de hacerse pasar por un hombre en pleno vigor. En su libro "De senectute politica" el también asturiano Pedro Olalla nos describe un caso parecido en Sófocles, "cabal ejemplo de persona que llegó a la senectud con facultades plenas y sin haber dejado nunca de aprender. Escribió su 'Edipo en Colono' a los casi noventa años y habiéndolo acusado falsamente sus hijos de incapacidad para la gestión del patrimonio familiar, se ganó al tribunal que lo juzgó recitando de memoria la tragedia que acababa de crear y preguntándole a sus miembros si tenían aquello por obra de un anciano incapaz y senil".

No tuvo Arturo Fernández necesidad de someterse a un juicio parecido para demostrar su lozanía intelectual y física y prácticamente estrenaba cada año una obra de teatro en la que él comparecía en el escenario representando el papel del sempiterno galán al que nos tenía acostumbrados. Es decir, el hombre atildado, simpático, y seductor que él supo crear en su larga carrera. Y uno no sabría decir si el personaje de ficción y el actor que lo representaba no eran en realidad la misma persona. Pero en esa desfachatez, que incluía la oportuna 'morcilla' fuera del guión, estaba quizás el secreto de su idilio con el público, que en Madrid llegaba casi a la adoración.

Yo nunca lo traté personalmente pero oí muchas anécdotas referidas a él por boca de amigos suyos como los periodistas Ramón Pérez de Las Clotas, Francisco Carantoña, y Ladis Azcona, el pintor Orlando Pelayo y algunos más, sobre todo de su Gijón natal, ciudad a la que le gustaba acudir a poco que dispusiese de tiempo libre. Creo recordar que los dos citados en primer lugar actuaron de extras en unas de las películas que interpretó vestidos de guardias civiles.

En un país como el nuestro donde el desaliño en el vestir adquirió carta de naturaleza durante años, un personaje como Arturo Fernández, al que le sentaban de maravilla las chaquetas, tenía que destacar por fuerza. En una serie de televisión que alcanzó notable éxito ("La casa de los líos") hizo una exhibición abrumadora de las muchas que tenía en el armario. La facundia y el saber estar de Arturo Fernández eran proverbiales.

En Oviedo se cuenta que tras una cena en compañía de su correligionario Gabino de Lorenzo, por entonces alcalde por el PP, tuvieron los dos la ocurrencia de colocar el monumental culo del escultor Úrculo delante del Teatro Campoamor, escenario habitual de la entrega de los premios Príncipe de Asturias. Más tarde Gabino obsequió a su buen amigo con el nombramiento de Hijo Adoptivo de Oviedo y la colocación de una estatua en su honor en la que aparecía elegantemente vestido. En círculos del Oviedo más profundo no gustó que un señor de Gijón tuviera realce en las calles de la capital de Asturias y al final la estatua hubo de ser instalada en una aldea del concejo.

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