Tres trampas argumentales limitan el escenario de incertidumbre en el que, superados los dos meses de las elecciones generales, la clase política ha puesto de nuevo a macerar al país. Cabe también identificar esos hitos que ahora dominan los discursos políticos como simples falacias o posibles autoengaños, a tenor de la confianza que nos inspiren quienes se atrincheran tras ellos.

Pedro Sánchez reclama que le abran paso al no darse ninguna combinación de otras fuerzas que pueda desplazarlo de su posición de ganador de los comicios y considera que con ese logro sobra para auparse de nuevo a la Presidencia. Como ya hiciera Rajoy en 2016, olvida que, al no ser el nuestro un régimen presidencialista, la condición de vencedor debe acompañarse de los apoyos necesarios para conseguir la investidura. Vuelve a ocurrir que el candidato nada ha puesto sobre la mesa a la búsqueda de ese respaldo y a estas alturas se ignora las que puedan ser las líneas clave de su futuro Gobierno, la entraña del discurso con el comparecerá en el Congreso para intentar la investidura. No hubo negociación política al uso en la medida en que los contactos con el resto de los grupos se limitaron a verificar su disposición al apoyo o al rechazo a la persona del aspirante a encabezar el Ejecutivo, lo que es una simplicidad incompatible con el complejo contexto en el que nos movemos. Falta saber lo que oferta Sánchez, pero tampoco ninguno de los convocados puso sobre la mesa sus condiciones previas antes de fijar postura. Resulta singular la posición de Casado, el "ahora no, pero después pactamos asuntos de Estado", que sólo se explica en el contexto de la estricta defensa de su condición de líder de la oposición frente a las liberales pretensiones de Rivera.

El segundo argumento falso es toda una innovación política: el Gobierno se controla desde dentro. Desde que Iglesias verbalizó esa pretensión, resulta fácil entender que Sánchez se resista a sentar a una potencial la oposición en la mesa del Consejo de Ministros. La amenaza interior no garantiza estabilidad ninguna al Ejecutivo, pero además cierra la posibilidad de buscar, a lo largo de la legislatura, los respaldos de otras fuerzas que Unidas Podemos no puede suplir por su insuficiencia parlamentaria. Con la autoproclamación de Iglesias como guardián de las esencias, aceptar sus exigencias sólo para desbloquear la investidura resultará, con una alta probabilidad, una salida fallida que el tiempo dejará en evidencia.

La tercera construcción falsa consiste en diseñar un rival a la medida de una estrategia preconcebida. Mientras que la lógica ordinaria impone calibrar a quien tenemos enfrente antes de trazar la forma de plantarle cara, y pese a que los demás no son siempre como a nosotros nos gustaría, Rivera trata de engendrar con su demonización del "sanchismo" lo mismo que se apresta a combatir. Por decirlo en términos comunes: actúa como el bombero pirómano, al ceder el protagonismo que le corresponde en su condición de partido necesario para una solución a aquellas fuerzas que, se supone, quiere mantener al margen de las decisiones del país. Nada aprendió de la lección de Valls en Barcelona. Por ese camino, abducido por lo demoscópico, Ciudadanos ha terminado además por convertir a Vox en una pieza imprescindible de los movimientos con los que intenta cortar el vuelo al PSOE.

En conjunto, estamos ante la negación de las urnas, la no aceptación del lugar en el que los electores pusieron a cada cual. La voluntad de los votantes configura un sistema más abierto y dinámico que las estrategias de los partidos. Que esta nueva generación de líderes se resista a asumirlo es otra muestra de déficit de inteligencia política que padecemos.