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La Abundancia

El almacén de ultramarinos de Severino Martínez Piñó nutrió a media Pontevedra durante la primera mitad del siglo XX

El Goloso, un tónico recomendado para elevar el ánimo de enfermos y convalecientes, fue el primer producto exclusivo que tuvo Severino Martínez Piñó en su almacén de La Abundancia desde 1923. Aquel poderoso reconstituyente compitió con las marcas Aníbal y Sansón por hacerse un hueco en el apetitoso mercado de los vinos medicinales tan apreciados antaño.

El incipiente comerciante apostó fuerte por El Goloso y demostró su buen olfato empresarial, que afinó todavía más con el paso del tiempo.

Tras cerrar el traspaso de La Abundancia con Francisco y Abel Hermida Vidal a mediados de 1919, Severino Martínez conservó la denominación comercial. No obstante, siempre que pudo añadió su propio nombre como una especie de garantía personal. De modo que durante mucho tiempo, ambos fueron la misma cosa; tanto monta, monta tanto, Severino Martínez como La Abundancia, en la calle Benito Corbal, frente al Gran Garaje.

El almacén de coloniales, harinas, salvados y vinos, consolidó su prestigio, año tras año, "a precios sin competencia". Severino Martínez se volcó en aquel negocio y obtuvo pronto su merecida recompensa.

Al finalizar la década de los años 20, La Abundancia convirtió a su propietario en el octavo mayor contribuyente de las arcas municipales y, por tanto, fue llamado a ocupar una plaza de concejal electo en el nuevo Ayuntamiento formado tras la caída de la Dictadura de Primo de Rivera.

Luís Fonseca Quintairos encabezaba aquel ranking singular. Por delante de Severino Martínez figuraban sus competidores Juan A. Prieto y Valentín Muiños; pero por detrás se encontraba Matías de Cabo Prieto. Su economía ya estaba saneada, pero no tenía el menor interés por la política. Por esa razón, declinó su nombramiento y no llegó a tomar posesión del cargo.

El año 1932 resultó especialmente bueno para La Abundancia por dos razones: obtuvo la autorización municipal como depósito de vinos y alcoholes, y logró la exclusiva del abono orgánico Gypsa. En cuanto a lo primero, el Ayuntamiento cedió a la presión del sector y concedió al mismo tiempo el permiso que solicitaban Valentín Muiños, Matías de Cabo, Juan Antonio Prieto, Bernardo Ureta y el propio Severino Martínez. Y en cuanto a lo segundo, el almacén consiguió un producto de referencia para el sector agrícola.

Compuesto a base de pescado, Gypsa llegó a España abalado por los agricultores norteamericanos y franceses. El mentado Abel Hermida, un gran amigo de Severino, se hizo con la delegación del producto para Galicia, y eso explicó la exclusiva para Pontevedra que cedió a La Abundancia. Además, el abono contó con la recomendación de Cruz Gallástegui, prestigioso director de la Misión Biológica, que facilitó mucho su introducción en el campo gallego.

Para entonces, Manuel Gasalla Vales ya ejercía como contable de La Abundancia y hombre de confianza de su propietario. Luego demostró su gran valía con una brillante carrera profesional en el Ministerio de Hacienda.

Bien por sus habilidades comerciales, bien por sus influencias sociales, o por ambas cosas juntas, Severino Martínez sumó en 1937 otra representación de gran prestigio: las cubiertas para camiones y autobuses Firestone, que contribuyeron a elevar el buen nombre de La Abundancia.

En plena Guerra Civil también consiguió el permiso necesario para expender una partida de bacalao de Islandia, toda una delicatesen que supo a gloria a quienes pudieron pagarlo; eso sí a precio fijado a 3,75 pesetas. En aquel tiempo de tanta escasez, de su almacén salieron no pocos víveres generosamente donados a los comedores pontevedreses de niños pobres.

Finalizada la contienda fratricida que provocó tanta hambre, desolación y miseria, el nuevo régimen creó la Comisaría General de Abastecimientos y Transportes, a fin de controlar la distribución y venta de alimentos básicos. La cartilla de racionamiento, que despachaba la legendaria imprenta de Celestino Peón en la plaza del Teucro, se convirtió en el instrumento clave para encauzar una comercialización ordenada de los productos más necesarios. Sin aquella cartilla numerada había muy poco o nada que llevar a casa para el sustento familiar. Y como organismo represor para perseguir cualquier desmán, estaba la Fiscalía de Tasas, con el traído y llevado estraperlo en su punto de mira.

El nombre de Severino Martínez oscureció entonces a La Abundancia, que pasó a un segundo plano para adaptarse a la nueva situación. La persona de fiar prevaleció como referente comercial por recomendación de la autoridad, que también prohibió cualquier denominación extranjerizante (el Saboy pasó a llamarse Saboya, y el Petit Bar se convirtió en el Pequeño Bar).

Valentín Muiños, Matías de Cabo, Rafael Prieto, Santiago Beledo, Emilio Calvete, José Pintos y Severino Martínez, ejercieron durante los años 40 como principales almacenistas para la venta de alimentos y productos de primera necesidad a precios reglados y cantidades fijadas por la Comisaría General.

Un día sí y otro también, dicho organismo anunciaba los números de las cartillas de racionamiento que correspondían a cada almacenista, donde los pontevedreses tenían que acudir para comprar los productos señalados; sobre todo aceite, harina, azúcar, patatas, garbanzos, alubias y poco más. Casi siempre cuarto kilo o cuarto de litro por persona. No había para más.

A finales de 1946, Severino Martínez Martínez comunicó al Ayuntamiento el contrato de arriendo que había firmado con su padre para regentar La Abundancia. Así entró en liza la segunda generación; algunos años después comenzó su actividad Manuel, el otro hijo varón. Mientras Severino se orientó hacia el sector de la construcción, Manolo se volcó hacía la parte industrial. Pero esa ya es otra historia.

"El ojo del amo engorda al caballo", repetía con frecuencia don Severino, que sabía bien el significado de aquel refrán. Desde su despacho entre ambos locales, nunca perdió de vista las actividades de sus hijos.

No obstante, aún tuvo arrestos para emprender un nuevo negocio en 1952, apadrinando a su dependiente José Casal Rodríguez. Juntos montaron el almacén de coloniales Casal y Martínez, en la esquina entre Benito Corbal y Sagasta, que hoy ocupa el supermercado Froiz. Este puso el dinero y aquel se colocó al frente del negocio que había aprendido en La Abundancia.

La alianza comercial entre ambos duró diez años, hasta que en 1963 Pepe Casal siguió en solitario, mientras que Severino Martínez se retiró a sus cuarteles de invierno. Desde entonces permaneció al pie de cañón junto a sus dos vástagos hasta la víspera de su muerte en 1979.

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