No me como las cabezas del pescado, ni me levanto de un brinco cuando alguno vomita por la noche. No estoy dispuesta a hacer ilimitados turnos de cena, ni diez fuentes de patatas fritas; y tampoco me duermo rezando el rosario. No me he convertido en ti mamá, qué más quisiera. Quizás aquello de inventarte palabras se me ha pegado un poco, porque últimamente me siento bastante "acalofriada".

Al final comer queso no me dio más memoria, ni sufrí un corte de digestión por bañarme después de comer, aunque son voces que siguen resonando en mi cabeza cada día. De lo que estoy segura es de que nadie ha vuelto a jugar todo el tiempo a mi favor. Recuerdo una vez que quedamos para ver Titanic en el cine y apareciste con un bocadillo y un plátano por si "me daba" el hambre. Tenía veinticinco años.

Tenías razón en todo, en cada consejo, en cada bronca también. Supongo que es un ciclo vital que acaba y empieza cuando todos exclamamos un día: ¡cuánta razón tenía mi madre!

Gracias por enseñarme que el truco no está en hacer borrón y cuenta nueva, sino en borrar y dejar de llevar la cuenta. Para no acabar pensando que todo el mundo nos debe algo. Gracias, porque nunca me has hecho la cuenta. Nunca.

Gracias por mirarme bien, por hacerlo bonito, por querer hacerlo. Pero sobre todo gracias, porque entre nosotras siempre fuimos nosotras.

¡Feliz Día de la Madre!