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Debate y votos

La consagración de la dinámica de bloques

Sorprende que el llamado debate decisivo entre los candidatos a presidir el Gobierno haya sido de los menos vistos. Es posible que los electores no perciban tanta excitación en el ambiente político como transmiten los líderes y los medios. O puede que los votantes que se declaran indecisos estén, en realidad, ocultando su voto. En todo caso, el impacto electoral de un debate a cuatro se diluye más fácilmente y, a falta de encuestas, tendremos que hacernos una composición de lugar a base de las opiniones de analistas y lectores de prensa, y a conjeturas mejor o peor fundadas.

Lo más destacado del debate en los medios ha sido la actuación de Pablo Iglesias. Acostumbrados a las constantes interrupciones, las descalificaciones, las preguntas que no obtienen respuesta y las respuestas que no guardan relación con las preguntas, su actitud constructiva ha merecido el aplauso general. Sin embargo, no es seguro que tanta corrección se vaya a traducir en votos. Iglesias trató a Sánchez como socio más que como rival y le echó buenos capotazos para sacarlo de apuros.

El candidato socialista no estuvo afortunado. Abusó de una gestualidad desdeñosa, en particular con Rivera, y sus improvisaciones fueron lentas y torpes. La campana, en forma de anuncios o fin del debate, lo salvó en dos ocasiones, cuando discutía sobre la violencia sufrida por las mujeres y a propósito de la cuestión catalana. En el debate no hubo perdedor, y Pedro Sánchez sigue llevando el marchamo de favorito, pero no logró despejar las dudas que suscita.

El líder del Partido Popular utilizó un tono moderado, sin aristas ideológicas, para llegar a un electorado más amplio, pero su partido está asediado por problemas que parecen no tener fin. Pablo Casado se mostró poco beligerante con el candidato de Ciudadanos, que por el contrario aprovechó algún lance del debate para marcar distancias con el Partido Popular, al mismo tiempo que reafirmaba su voluntad de formar un Gobierno conjunto.

El debate terminó cuando estaba entrando en materia propiamente política, tras ofrecer algunos detalles que pueden tener su trascendencia. Uno es la animadversión manifiesta que existe entre Pedro Sánchez y Albert Rivera, de la que da testimonio la periodista Lucía Gómez-Lobato en su libro "La moción". El dirigente socialista fue algo más explícito sobre las escasas posibilidades de un Gobierno del PSOE con Ciudadanos.

De tal manera que alguna conclusión, por tentativa que sea, puede extraerse de lo visto en el debate. En la política española se está imponiendo una dinámica de bloques, que a buen seguro redundará en una creciente polarización.

Los partidos de la derecha habrán conseguido movilizar a algunos de sus potenciales votantes y resolver las dudas de unos pocos. Las relaciones entre los partidos de izquierdas son más nítidas: Podemos se ha resignado a escoltar al PSOE, sin disputarle la hegemonía. El debate deja entrever que, en efecto, las negociaciones para formar Gobierno se reducirán a dos opciones, lo que augura la evolución de la política nacional bajo el signo de un mayor antagonismo. En esto, la importancia de Vox sí es decisiva.

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