Era un caballero de los de antes, elegante, de porte distinguido y andar pausado. Los paseantes por los lugares donde existe o había habido algún edificio noble solían encontrárselo, con su máquina fotográfica a cuestas, y mirando, casi auscultando la pieza señorial, que pasaría a engrosar su increíble colección de imágenes del Vigo de todos los tiempos.

Jaime Garrido, arquitecto e historiador, fue un cazador de estructuras y recuerdos urbanos. El que mejor ha conocido los planos, los edificios, los elementos defensivos y cuanto atañía a la conformación de la ciudad, cuya génesis recopiló en el libro "El origen de Vigo. El monte de O Castro y su castillo". Y cuya desaparición supone una pérdida muy sensible, por sus conocimientos y bonhomía.

Ha legado mucha sabiduría en sus escritos. El más conocido, el best seller de la historiografía viguesa, "La ciudad que se perdió". El libro que rememora el patrimonio inmobiliario desaparecido, y del que sólo pervive el recuerdo, la descripción técnica de esos inmuebles y las imágenes plasmadas en papel.

La esencia de esta obra es lo que lo indujo a emprender campañas para protegerlo.

Dos han sido fundamentales para que la ciudad siga presumiendo de su arquitectura: la conservación de la antigua cárcel, en la calle del Príncipe, hoy Museo de Arte Contemporáneo (Marco), que estuvo a punto de derribo, y la restauración de la muralla del Castro.

Fue incansable en proponer la recuperación de la muralla original, desfigurada por tener adosado el edificio del restaurante el Castillo, hasta que el actual gobierno municipal lo atendió.

Hoy todos los vigueses, y cuantos la visitan, lo agradecen. Contemplar la ría desde lo alto de la fortaleza, sin aditamentos que la afeen, es una de las más gratas experiencias que se pueden sentir.

Esta campaña añadía un elemento subjetivo: el historiador fue un experto en estructuras defensivas, sobre las que ha escrito y publicado en abundancia. Precisamente, su libro póstumo --"Vigo amurallado"-, a punto de editarse, trata de la viguesa.

Estudioso de las personalidades que trazaron los planos de la ciudad, y riguroso con la justicia histórica, una de sus últimas recomendaciones, aún sin cumplir, fue que Vigo diera una calle a Fernández Soler, el técnico que dibujó los primeros planos del Vigo moderno.

Ahora le toca a él. En correspondencia a esa justicia histórica, y por la dimensión de su legado, aún en caliente su figura, es el momento de proponer que el nombre de Jaime Garrido honre algún espacio de la ciudad, próximo a alguno de esos edificios que tanto amaba. Los que describe en el libro, elaborado conjuntamente con su amigo Moncho Iglesias, "Recorrido pola arquitectura histórica de Vigo". Y a ser posible, con placa artística, en la que, al modo de la de Taboada Leal, el primer historiador de la ciudad, conste: "A Jaime Garrido, arquitecto e historiador del urbanismo vigués".

Él, que tanto luchó por preservar la memoria de lo mejor que ha habido en el Vigo urbano, nos deja el compromiso de procurar que no se pierda la suya. Es una aspiración generalmente compartida. Ningún vigués discute sus méritos para que su nombre rotule un espacio.

Quienes lo trataban con más asiduidad, arquitectos e investigadores, ya lo echan en falta por sus conocimientos, ponderación y valentía para exponer las cuestiones. Pero es la ciudad la que más lamenta su ausencia, porque la desaparición de un sabio es una pérdida irreparable. Por eso es preciso recordarle visualmente, bien plantado en una placa del callejero. Será una permanente invitación a los vigueses a que lean sus obras, y no permitan que se pierda más patrimonio urbano. Y en el plano personal, el ejemplo de un vigués sin tacha.