Tal como están las cosas, con la merdée extendida hasta donde nunca pudo imaginarse esta sociedad, habrá que reflexionar sobre esa especie de bálsamo de Fierabrás que muchos ven en el adelanto de las elecciones generales. Sin discutir, por supuesto, que son el mejor exponente de la democracia y que esta se fortalece ejercitándose, pero también con la posibilidad de que la situación no se resuelva, sino que empeore. Entre otros motivos, porque el Gobierno está haciendo ya uso de su enorme capacidad de arrimar el ascua a su sardina: el primer ejemplo, la rueda de prensa de ayer, tras la convocatoria del adelanto.

(Hay analistas que hablan incluso de que la radicalización de la vida política se debe, sobre todo, a una serie de mensajes subliminales que incitan al llamado "voto del odio". Y añaden que eso, de confirmarse, no afectaría solo a un sector concreto, sino a la totalidad del escenario y explicaría la permanencia de apoyos hacia grupos que apenas aportan otra cosa que extremismo a diestra y siniestra en lugar de soluciones a problemas agudos del país. Aparte de culparse mutua y descarnadamente de los males habidos y por haber. Y eso está a diario en todas partes).

Una descripción como esa, de responder a la realidad, haría del todo necesaria, o quizá indispensable, una reflexión general, pero tanto más urgente cuanto más arriba se está en el escalafón de las responsabilidades públicas. Y en una democracia, no hay otro lugar más alto -en términos prácticos- que el Gobierno. Que habría de guiarse, y no parece que haya sido así al fijar la fecha electoral, no tanto en su propio beneficio cuanto, y sobre todo, en el bien de España y los efectos que pueden tener dos citas electorales en sesenta días. Y sus respectivas campañas, claro.

Uno de esos efectos, que incita a la confusión y al empecinamiento de las posturas, es el recorrido y la actitud del señor Sánchez y su gabinete con respecto a Cataluña. Opaco cuando le convenía, titubeante siempre, contradictorio las más de las veces, solo ha dejado clara una debilidad inaceptable en un Ejecutivo estatal, ante las exigencias ERC y PDeCAT. Ahora, y tras fijar la cita electoral, pretende hacer un papel de víctima ante la "pinza" que, según él, establecieron "la derecha y los separatistas". A ver si hay suerte -con apoyo mediático- y "cuela".

Lo malo de estos ocho meses es que el primer ministro saliente no solo no ha curado las heridas que dejó el señor Rajoy, sino que las ha agrandado y agravado. Y aunque desde hoy se sucederán los balances de gestión de afines y adversarios, quedan datos objetivos: un déficit de miles de millones tras gobernar por decreto y una situación política a medida de los publicistas del independentismo. Y en términos de Galicia, un desprecio presupuestario del que solo ha salvado a este antiguo Reino el rechazo parlamentario del proyecto Sánchez. Un desprecio cualitativo y cuantitativo que solo han defendido aquí tres perfiles bien distintos y seguramente por motivos diferentes: los de los señores Beiras, Losada y Caballero (Gonzalo). Caramba.

¿Bo...?