Los que quieran ver un cambio de actitud o una reflexión política responsable en la repentina ruptura del diálogo con los independentistas catalanes no saben lo que es un repliegue táctico obligado. O son incapaces de imaginar la música de ese best seller en ciernes titulado "Manual de resistencia", firmado por Pedro Sánchez. El caso es que el Gobierno ha reculado debido a la indignación de la opinión pública por las concesiones a los soberanistas, la movilización opositora y al desgarro interno del partido que a duras penas lo sustenta. No es la primera vez que lo hace y tampoco será la última, por eso no conviene confiar en su rumbo errático.

No hay diálogo, tampoco habrá relator, ni probablemente presupuestos, salvo los "presupuestos asociales" de Rajoy que Sánchez no tendrá inconveniente en gestionar para no tener que convocar elecciones. De naturaleza escéptica, soy de los que creen que va a resistirse a convocarlas. Él lo dice: es un resistente. Quiere seguir el tiempo que pueda aferrándose a un clavo ardiendo. Y, además, las urnas podrían dejarle sin Falcon.

El único camino decidido es aguantar. Pero aguantar la indisposición faltosa de Torra contra las instituciones de este país no es resistir. Es tragar carros y carretas en nombre de un diálogo que no es eficaz ni oportuno en las actuales circunstancias, ni por imagen ni por razón, a menos de una semana del juicio por rebelión contra sus interlocutores, que le reprochan falta de coraje.

Menos todavía hay que confiar en la atolondrada Carmen Calvo, que el miércoles defendía ese diálogo y la figura del "relator", y hoy se rila y lo repudia por conveniencia. Ya ha empezado a pagar el pato.

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