No seré yo quien diga algo que no suponga un saludo entusiasta al progreso. Pero tengo dudas muy serias de que algo que nos están haciendo pasar por tal lo sea verdaderamente. Me refiero a dos propuestas que pueden inscribirse en el feminismo más radical, que, además de desacertadas por exageradas, parecen contradictorias entre sí. Y ello, porque, una, pretende hacer patente la diferenciación de sexos, y, la otra, borrarla. Me refiero, como refleja el título de esta reflexión, a la diferenciación sexista en el lenguaje y a la indiferenciación de sexos en los juguetes. Pero, para expresar con más precisión y rigor mi pensamiento, permítanme unas consideraciones iniciales.

Asentadas desde hace mucho tiempo en nuestro lenguaje usual las palabras machismo y feminismo, figuran lógicamente incorporadas al Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española. La primera significa actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres; y por la segunda se entiende, ente otras cosas, movimiento que exige para las mujeres iguales derechos que para los hombres. Vistos ambos significados, es claro que no existe razón alguna que justifique el machismo, y que cualquier persona medianamente sensata y cabal debe adherirse sin reserva alguna al movimiento que exige que los hombres y las mujeres tengan los mismos derechos.

Pero, como una cosa es predicar y otra dar trigo, no se puede negar que la pretendida igualdad todavía dista de ser real y efectiva. A pesar de que el artículo 14 de nuestra Constitución, que abre el capítulo de los derechos y libertades, sanciona indubitadamente el principio de igualdad ante la Ley prohibiendo cualquier discriminación por razón de sexo, lo cierto es que la inercia históricamente discriminatoria en perjuicio de la mujer, hizo necesaria una Ley en 2007 que, mediante la eliminación de la discriminación de esta, trata de hacer efectivo el derecho de igualdad de trato y de oportunidades entre mujeres y hombres. Y en la misma línea, se inscribe la Ley de 2004 de "protección integral de la violencia de género", que trata de proteger a la mujer de los maltratos que ejerzan sobre ella los hombres, ya sean sus cónyuges o ya estén o hayan estado ligados a ellas, aun sin convivencia, por relaciones similares de afectividad.

Así las cosas, y como si la voracidad igualitaria del feminismo radical de nuestros tiempos fuera insaciable, se está intentando dar un salto, sobrevolando el ámbito de los derechos y libertades, para aterrizar en terrenos que hasta ahora eran neutrales y que se quieren arrimar hacia el lado del feminismo. Me refiero a dos movimientos "supuestamente progresistas": el del lenguaje inclusivo y el de la indiferenciación de sexos en los juguetes.

Sobre el primero, comparto totalmente el comunicado, lleno de sensatez y cordura, de la RAE, que manifestó: "La actual tendencia al desdoblamiento indiscriminado del sustantivo en su forma masculina y femenina va contra el principio de economía del lenguaje y se funda en razones extralingüísticas. Por tanto, deben evitarse estas repeticiones, que generan dificultades sintácticas y de concordancia, y complican innecesariamente la redacción y lectura de los textos.

El uso genérico del masculino se basa en su condición de término no marcado en la oposición masculino/femenino. Por ello, es incorrecto emplear el femenino para aludir conjuntamente a ambos sexos, con independencia del número de individuos de cada sexo que formen parte del conjunto. Así, los alumnos es la única forma correcta de referirse a un grupo mixto, aunque el número de alumnas sea superior al de alumnos varones". Y es que aunque el masculino y el femenino son en este ámbito "géneros", lo son fundamentalmente gramaticales, no sexuales.

Y con respecto a la tendencia a la indiferenciación de sexos en el mundo de los juguetes infantiles -que, como es fácil advertir, se contradice con la del lenguaje inclusivo- me parece que la propuesta es intentar acabar con los estereotipos, pero en libertad, no por imposición. Y es que tan criticable es la tendencia de separar tajantemente los juguetes según el sexo de tal suerte que haya juguetes para niños y juguetes para niñas, como la contraria de obligar a que los niños jueguen no con los que prefieran, sino los que les impongan en beneficio de la indiferenciación sexual. El sentido común enseña que los juguetes son para jugar y que los niños deben jugar con los que prefieran, sin imposiciones. Es verdad que, al elegir los juguetes, los niños copian la realidad. Actualmente, cada vez hay más padres que cocinan y más mujeres que hacen trasladar al mundo del juguete una visión deformada y asexuada de la realidad social.

Sentado lo anterior, insisto en defender la opinión de que lo ideal es que los niños jueguen con libertad y sin prejuicios. Por eso, no soy partidario de los movimientos que tratan de imponer los juguetes sin diferenciación de sexos, porque actúan con prejuicios. Hoy los juguetes se exhiben conjuntamente en almacenes o en tiendas especializadas, lo cual facilita que sea cada niño el que pueda elegir. Y cuando lo haga hay que respetar su criterio, pero no imponerle un juego que no escogió porque sus padres tengan los prejuicios sexistas de un feminismo igualitario radical.

*Catedrático y escritor