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Ilustres

Esos alias

Recuerdo una tira de Quino en la que Mafalda se preguntaba, al ver a alguno de sus compinches aprendiendo a leer con la frase ejemplar de mi mamá me mima, quiénes serían los esforzados que pergeñaban semejantes estereotipos insustanciales que servían para desasnar a los infantes. Yo me pregunto lo mismo con la mayoría de los apodos (aviso previamente de que me gusta Bird para Charlie Parker e incluso acepto Pelusa para Maradona: son, cuando menos, escuetos y el del músico creo que endiabladamente certero), los alias, los sobrenombres. El primero que me viene a la mente es el sobrenombre de El Niño: sencillo y tan falso como que el tiempo transcurre y nunca en vano así que en mi vida ya dilatada, asistí, que yo recuerde, a tres Niños: Raphael (cantante), Torres (futbolista) y Sergio García (golfista): ninguno de ellos baja ya de los cuarenta. La juventud, divino tesoro, se fue para no volver y por eso Joselito, El Pequeño Ruiseñor, apunta actualmente más a ave disecada por taxidermista que a pajarillo canoro.

Siempre sentí fascinación e interés por quienes (¿periodistas, aficionados, ociosos?) se dedicaban a poner sobrenombres a los deportistas. ¿Quién no se acuerda de Iríbar, El Chopo, alias digno de un reportaje de la flora vasca, o de Yashine, La Araña Negra, que no desentonaría en un documental del añorado Rodríguez de la Fuente? Uno puede aceptar que a alguien lo denominen El Caimán o incluso el ridículo Pou Pou de Poulidor, que comparen a Beckenbauer con un Káiser o que a Cruyff le llamasen El Flaco (aunque en Argentina hay una porción de Flacos en la historia de su legendario fútbol). Pero ¿a quién diablos se le ocurrió llamar El Águila de Toledo a Bahamontes o El Relojero de Ávila a Julio Jiménez? Es decir, si uno de ambos escaladores iniciaba una escapada en el ascenso a un puerto de primera categoría, ¿de verdad el locutor decía "Ahora acelera El Relojero de Ávila?"

En español somos más barrocos (a diferencia de los anglosajones o franceses o los alemanes) que concisos. Fíjense: Distéfano era La Saeta Rubia (no bastaba con saeta, no), Gento, La Galerna del Cantábrico (no bastaba con galerna, no), García Remón El Gato de Odessa (no bastaba con el gato, no). ¿En serio que había un locutor que retransmitiese un partido de fútbol en el que dijera "Saca de puerta El Gato de Odessa, le llega el balón a La Saeta Rubia que abre el juego hacia La Galerna del Cantábrico?" Supongo que tales apodos se infligían creyendo que así aumentaba la gloria de los citados.

Otro apartado que roza lo sublime (dejando a un lado los apodos de toreros y artistas flamencos y personajes regios o papas y deportistas sudamericanos) es el de los sobrenombres o leyendas adscritos a las ciudades: al vuelo, sin indagar en internet, me vienen a la memoria Vigo ( La Ciudad Olívica), Barcelona ( La Ciudad Condal), A Coruña ( La Ciudad Donde Nadie Es Forastero), Ourense ( Terra da Chispa), San Sebastián ( La Perla del Cantábrico), Valladolid (con un escueto Pucela), Madrid (con el sobrio El Foro), Écija ( La Sartén de Andalucía). Francamente, si yo me siento a la mesa de un bar y alguien viene a hacerme compañía y me dice que hizo un viaje interesantísimo porque salió de Terra da Chispa, se detuvo en La Ciudad Olívica, subió hasta esa otra En La Que Nadie Es Forastero, se acercó a La Perla del Cantábrico, bajó hasta Pucela, pasó dos noches en El Foro, después se desvió hacia La Ciudad Condal y a continuación descendió hasta La Sartén de Andalucía, si me dice eso, o bien me levanto y me voy a la barra a pedir una infusión de pasiflora o bien caigo rendido de sopor en la segunda o tercera etapa.

¿Puede alguien empeorar ese itinerario? Por supuesto. Esa misma persona que te acaba de radiografiar el viaje, puede añadir que la meta final del periplo era? ¡La Tacita de Plata, cómo no! Repitan en voz alta: La Tacita de Plata: uno no sabe si viaja a Cádiz, a una joyería o a una casa de putas. No hay nada más ridículo en la geografía patria. ¿A quién demonios se le ocurrió denominar así, La Tacita de Plata, a Cádiz? ¿De dónde diablos sacó esa falaz sustitución?

El idioma entraña determinados peligros: "relación impropia" por adulterio, por ejemplo: rodeando el sustantivo preciso, dando vueltas alrededor del lance, denominándolo de otra forma, parece menos grave: supongo que ése será el motivo; en política y en economía tales subterfugios son de uso común. Aún recuerdo, para terminar, aquellos cromos de deportistas de los años 60 que coleccionaba y a una holandesa que me parece que corría los cuatrocientos vallas, le pusieron el sobrenombre de La Holandesa Voladora: creo (puedo transcribirlo erróneamente), que su nombre real era Fanny Blankers Coen (¿Cohen?). No sé muy bien la finalidad de llamarle O Rei a Pelé (a un rey siempre lo sucede otro antes o después: o una república, jejenocaeráesabreva) ni de, en general, a deportistas, artistas, escritores y demás gentes de mal vivir, uno deje de citarlos por sus nombres o apellidos para recurrir a esas denominaciones tan rebuscadas, tan inútiles, tan estériles y que sólo sirven a efectos de enciclopedia.

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