Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Ceferino de Blas.

El banquete de los cónsules

Contaba José Angel Otero, en un magnífico reportaje sobre los nietos de los gallegos protagonistas de la Gran Guerra, que Vigo fue la ciudad española más involucrada en la conflagración.

La mejor prueba es que, siendo muy poco belicista, celebró con entusiasmo indescriptible su final.

A diferencia de como se había comportado en otras guerras, como en las de Cuba o África, en que no salió a festejar las victorias, como hacían otras ciudades, en la contienda mundial, en la que España era neutral, sí lo hizo.

Ejemplificó la victoria de los aliados en los cónsules de los respectivos países beligerantes, que en aquella época tenían un relieve que les ha mermado el paso del tiempo.

Ahora son contados los cónsules profesionales que hay en la ciudad. Pero hace, justamente, cien años, varios eran de carrera, todos tenían otro rango, y su labor muy importante en aquel Vigo estratégico para todos los contendientes.

Por eso, el día del armisticio, los vigueses exteriorizaron su contento de forma espontánea.

En la noche del día 11 de noviembre de 1918 se celebró una gran manifestación para expresar el júbilo por la firma del armisticio, que indica "la terminación de la sangrienta guerra que tantos daños ha causado al mundo".

Los manifestantes abrían la marcha con un gran letrero: "Viva la paz". Era el eslogan que sintonizaba con el sentimiento vigués.

Recorrieron prácticamente todo el centro de la ciudad. Salieron del Paseo de Alfonso y siguieron por Elduayen hasta el final de García Barbón, de donde descendieron al Arenal, y regreso a la Puerta del Sol.

A lo largo del recorrido, comisiones ciudadanas subieron a los consulados de Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos y otros países aliados, saludando a sus representantes.

Al finalizar la manifestación, en la Puerta del Sol, habló el dirigente sindical y concejal, Botana, que agradeció esta expresión democrática del pueblo.

Después una representación se dirigió al Ayuntamiento a pedir al alcalde, Lago Álvarez, que trasladara al Gobierno el éxito de la manifestación por la paz de Vigo.

Una muestra de que la paz es un sentimiento muy vigués la da el Ayuntamiento, que también quiso dejar constancia de su gratitud a los aliados por el armisticio. En la sesión municipal del día 15 de noviembre, el concejal Gil propuso que se conmemorase el final de la guerra dando nombre a una calle. A la propuesta se adhirió el edil, y futuro alcalde, Ceferino Maestú, que señaló como nombre más adecuado el de Calle de la Paz. A lo que Gil alegó que resultaba muy genérico, y que podía añadirse "Paz de Wilson", el presidente estadounidense.

El alcalde asumió la propuesta e indicó que pasara a la Comisión de Policía para su estudio. No prosperó, como se aprecia por el callejero vigués.

No obstante, Woodrow Wilson fue un personaje tan conocido en Vigo que el Ayuntamiento llegó a invitarle a visitar la ciudad, con ocasión de su viaje a Europa. Fue el primer mandatario estadounidense en activo que cruzó el Atlántico, para la ratificación del Tratado de Versalles.

Aunque fue el gesto más espontáneo y multitudinario, no concluyeron con la manifestación las celebraciones de la paz. No podían faltar los banquetes, que se personificaron en los cónsules de los países aliados.

El primero fue privado, y lo organizó la Compañía General de Carbones en Galicia, que agasajó a los cónsules de Inglaterra, Francia, Norte América y Bélgica.

Pero el más sonado se preparó a iniciativa de Estanislao Durán, delegado de la gran compañía, Mala Real Inglesa, que contó con el apoyo de Fernández Lema, director del periódico "La Concordia", Moure (el popular editor PPKO) y otras personalidades.

Se celebró el 21 de noviembre, con el apelativo de "banquete a los cónsules aliados", en el Hotel Continental, al precio de 25 pesetas el cubierto y con una asistencia de más de cien personas.

Es de sumo interés la relación de asistentes, porque revela quiénes se declaraban partidarios de los aliados y quiénes no. Los ausentes eran progermanófilos.

Concurrieron los apellidos más conocidos de la ciudad, y brillaron por su ausencia apellidos ilustres. Por si alguien desconocía quién estaba al lado de quién en la guerra, quedó claro en el banquete de los cónsules.

Ocupaba la parte central del estrado un cartelón con la foto del presidente Wilson y la palabra Pax, y se interpretaron los himnos norteamericano e inglés y la Marsellesa.

Durante los discursos, el cónsul inglés, Míster Nightingale, muy vinculado a la ciudad, por su larga permanencia y la amplia colonia británica, formuló una propuesta: que se erigiese un monumento a los marinos españoles víctimas de la contienda.

La hizo suya la Junta de Navieros y Consignatarios de Vigo. El 30 de noviembre aparecía destacada esta noticia: "Por los marinos muertos. Homenaje a las víctimas de los torpedeamientos. Un monumento en las Cíes".

El lugar elegido es el antemural de la ría de Vigo, "de forma que cuantos marinos pasen por delante podrán recordar a sus compañeros muertos durante la guerra".

Pero no se construirá en Cíes el monumento, a causa de las enormes dificultades que suponía su ubicación, sino en Monteferro.

La sugerencia fue del cónsul inglés, pero la compartieron y ejecutaron los vigueses, que quisieron homenajear a los marinos desaparecidos, y celebrar el final de la guerra, en la que la ciudad tuvo una relevancia como ninguna otra española. El monumento era la forma de simbolizar la paz, un concepto muy arraigado en la sociedad viguesa.

Compartir el artículo

stats