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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

El chantaje como arma política

En el año 2009, la actual ministra de Justicia, Dolores Delgado, por entonces fiscal en ejercicio, asistió a un almuerzo en compañía de un buen número de invitados, entre los que se contaba el famoso comisario Villarejo, ahora encarcelado como presunto autor de varios chantajes. En aquella ocasión, y según se desprende de una grabación hecha pública recientemente, la señora Delgado cometió dos deslices imperdonables al decir de los partidos políticos que ahora piden su dimisión inmediata. Por una parte, departió brevemente con el comisario, cosa de lo más normal en un almuerzo. Y por otra, se le oye llamar "maricón" al juez Grande-Marlaska, actual ministro del Interior que era en aquel tiempo magistrado de la Audiencia Nacional.

Respecto del primer asunto, la ministra alega que de la coincidencia en un almuerzo con numerosas personas no puede deducirse complicidad con las actividades que secretamente pudiera desarrollar Villarejo y que por entonces ni siquiera eran conocidas. Y respecto del segundo asunto, denuncia que la grabación puede estar manipulada con la evidente intención de desprestigiarla. "Las grabaciones -dijo- se cortan, se pegan, se ponen y se quitan". Aún no sabemos qué recorrido tendrá esta nueva escandalera política, pero el primer miembro del Gobierno en acudir en socorro de la señora Delgado fue su compañero de gabinete Grande-Marlaska al que no le parece mal que la ministra pueda haberle llamado "maricón" hace años porque de todos es sabido que el jurista vasco es homosexual y está casado con otro hombre, una circunstancia de la que se siente especialmente orgulloso.

"Lo importante -manifestó ante la prensa que le preguntaba si se sentía molesto- no son las palabras sino los hechos. Somos un gobierno feminista en el que trabajamos hombres y mujeres estupendamente bien. Hablar de obviedades en la España del siglo XXI me cuesta mucho". Y entre esas obviedades está el gusto nacional por el chismorreo, la confidencia y el fisgoneo de conductas ajenas. Una afición que desgraciadamente comparten muchos periodistas y políticos y que ha dado lugar a lo que podríamos llamar la industria del escándalo prefabricado.

En un primer momento, esa actividad estuvo relegada a programas de televisión de gran audiencia pero ahora el formato se ha trasladado al debate político, o por mejor decir pseudopolítico, y ya resulta difícil precisar dónde empieza lo uno y acaba lo otro. Y ya antes de que supiéramos del arsenal de chantajes de Villarejo hubo preocupantes incursiones en esa actividad por parte de conocidos miembros de la clase política. Recordemos, por ejemplo, el escándalo del espionaje en la Comunidad de Madrid, cuando la gobernaban doña Esperanza Aguirre y sus más íntimos colaboradores. (Aquellos que la hicieron llorar de pena cuando se supo la evidencia de sus latrocinios). O los micrófonos ocultos en un florero de la mesa del restaurante donde almorzaba Alicia Sánchez-Camacho, lideresa entonces del PP catalán. Por no hablar del diplomático Francisco Paesa, el hombre que engañó a Roldán para traerlo de vuelta a España. Un tipo escurridizo al que se llegó a organizar un funeral dándolo por muerto hasta que se supo años después que estaba vivito y coleando. La nómina de espías españoles es amplia (Ali Bey, Joan Pujol, Faustino Camazón, Alcázar de Velasco...) pero queda para otro día.

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