En esta edad de oro del autor, al que Barthes se apresuró a enterrar con demasiada impaciencia, cuando la gente que se dedica a la cosa pública parece exhibir una enfermiza propensión a la acumulación de firmas (trabajos, tesis, libros, tuits, lo que sea), resulta casi conmovedor observar cómo un funcionario de alto rango que trabaja en la Casa Blanca decide sacrificar su vanidad al darnos su opinión sin mostrarnos su nombre. Extraño es, también, que un periódico lo publique, pues hasta ahora a ese género se le llamaba editorial, cuyo texto no solía presentar una perspectiva personal, más o menos interesante, sino una visión colectiva: la de la empresa. Pero vivimos en unos tiempos extraños. Y nos tendremos que ir acostumbrando, me temo, a estas pequeñas transgresiones del oficio. Otra cosa es el contenido de la columna con la que esta persona se declaraba "parte de la resistencia" contra Donald Trump desde el mismo interior de su gobierno. "Anónimo" les comunicaba a los lectores del Times que, si bien esta administración se puede atribuir unos "puntos brillantes", como "la desregulación efectiva", una "histórica reforma fiscal" y el "refortalecimiento del Ejército", los éxitos políticos no se han producido gracias al presidente sino a pesar de él.

En este artículo no descubrimos mucho más de lo que ya sabíamos o intuíamos. Que a Donald Trump le gusta compadrear con los autócratas y despreciar a sus aliados. Que le cuesta mucho ser duro con la Madre Rusia. Que es un tipo impredecible y caprichoso. Que algunos miembros de su equipo se sienten abrumados por sus disparatadas decisiones. Lo que hace que esta pieza sea novedosa es el hecho de que en ella se reconoce abiertamente que hay personas que, llevando el sistema de frenos y contrapesos hasta límites insospechados, se han encomendado a sí mismas la insólita misión de proteger a la presidencia del presidente. Son conservadores que quieren evitar a toda costa que su revolución acabe siendo traicionada, y para ello permanecen en esta nave de los locos con el objetivo de hacer que el republicano no se olvide de "los principios" del partido que en su día lo nominó. Los impuestos, o sea. Ah, y evitar una tercera guerra mundial.

Entre estos partisanos infiltrados, según el autor (o autora) de la columna sin firma, se encuentran personajes que acuden a la televisión y se parten la cara por su jefe, pero que luego regresan al Despacho Oval para seguir "resistiendo" en silencio. Aunque esto suponga servir a un líder con un estilo "irreflexivo, conflictivo, mezquino e ineficaz". Una curiosa manera de interpretar el juego democrático. Pero, como hemos visto, ya nada es como antes. Ahora las columnas se publican de forma anónima, las agencias de inteligencia son, junto a la prensa, los "enemigos del pueblo", y los presidentes necesitan colaboradores que los mantengan alejados del poder. Menudo cambio de paradigma. Ni Andrew Jackson consiguió tanto en tan poco tiempo.