H.L. Mencken, reportero y columnista del Baltimore Evening Sun, fue invitado en una ocasión a la cena del Gridiron Club, que tenía lugar en el Willard Hotel de Washington DC, entre cuyos asistentes, además de figuras destacadas del mundo periodístico, se encontraba Franklin Delano Roosevelt. A Mencken no le gustaba Roosevelt y a Roosevelt no le gustaba Mencken. La tradición del banquete consistía en que alguien pronunciara un discurso crítico con el Gobierno que luego sería rebatido por el propio presidente. En aquella ocasión, sin embargo, al periodista le tocó hablar primero y, como era de esperar, se despachó a gusto con su adversario, mofándose de los excesos que, a su entender, estaban provocando las políticas intervencionistas del "New Deal". (Mencken también se había opuesto a la participación de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial llevando su aislacionismo hasta extremos delirantes). Después de que pasaran un par de horas, Roosevelt comenzó su alocución y, en un tono pausado, destacó la "vasta y militante ignorancia" que reinaba en el periodismo estadounidense, "patéticamente débil", "vulgar" e "infame", afirmando que algunos de sus representantes -directores, jefes de sección y reporteros- poseían una formación intelectual mediocre.

Finalmente, el presidente concluyó aclarando que esas duras e insultantes palabras no eran suyas; tan solo se había limitado a citar, de manera literal, algunos párrafos recogidos en un libro, Prejudices, publicado por un "viejo amigo", Henry Mencken. El público estalló en carcajadas y Mencken se sintió humillado delante de sus amigos. Según Terry Teachout, su biógrafo, el periodista jamás pudo olvidar aquella noche. En la muerte de Roosevelt, Mencken escribió: "Tenía todas las cualidades que los imbéciles aprecian en sus héroes". Cuando un joven estudiante le preguntó, poco antes de retirarse, si era verdad que detestaba tanto al político demócrata como parecía insinuar en sus artículos, Mencken contestó que el presidente fue "un hijo de perra tanto en su vida pública como en su vida privada". La obsesión lo consumió hasta el final de sus días. En los diarios, que ocupaban 2100 páginas mecanografiadas entre los años 1930 y 1948, se reflejan otras manías menos admisibles, ya que en ellos aparece un Mencken antisemita (cuando un club decide que no admite más judíos, él escribe que, en Baltimore, ningún miembro de esa comunidad parece ser "apto" para el ingreso), paternalista hacia los negros ("la mujeres de color son infantiles, ni siquiera la experiencia les ha enseñado nada"), cruel con algunos amigos que lo habían admirado y protegido, incomprensiblemente germanófilo y vergonzosamente mudo ante los campos de concentración nazis descubiertos tras la victoria de los aliados.

Sin embargo, el "mejor periodista literario desde Poe", como lo denominó Edmund Wilson, y fundador, entre otras publicaciones, de American Mercury, quizás la revista más influyente de los años veinte, no solo había defendido los derechos civiles en sus columnas, sino que hizo todo lo posible para que Knopf, su editorial, publicara a autores afroamericanos, con los cuales se carteaba a menudo. A finales del año 1938, Mencken llegó incluso a proponer en el Sun un minucioso plan para ayudar a los refugiados judíos alemanes. (Sus mejores amigos eran judíos). Charles Fecher, editor de la obra y reconocido admirador del periodista, se mostró desencantado al exponer los numerosos comentarios ofensivos con los que se había topado en el manuscrito. Tras la esperada publicación de los diarios en 1989, Doris Grumbach afirmó en el Washington Post que aquellos que todavía estuvieran dispuestos a defender a Mencken podrían poseer ciertas "sensibilidades antisemitas". (Los Angeles Times tituló directamente "Mencken era pronazi").

Lo que resulta extraño es que Mencken quisiera publicar esos textos. Al depositarlos en la Enoch Pratt Library, el periodista advirtió que esas páginas no podrían estar a disposición de los lectores hasta veinticinco años después de su muerte, y solo tendrían acceso a ellas los especialistas y académicos. Pero la biblioteca, subrayando el interés del contenido, decidió abrir los documentos al público con la aprobación del fiscal general del estado de Maryland. En los diarios, Mencken parece presentarse, en ocasiones, como un ser arrogante y contradictorio, invadido de prejuicios y rencores. (Poca gente se salva de su desprecio). Esto es, se supone, lo que realmente pensaba el autor. De ahí la demora en su publicación y las exigidas restricciones. The Diary of H.L. Mencken, además de haber decepcionado a unos cuantos allegados y seguidores, puede resultar muy útil en nuestros días, pues sitúa al mito literario a la altura de su versión humana. Un ejercicio aplicable a muchos otros. H.L. Mencken fue uno de los grandes reporteros estadounidenses del pasado siglo; nada más, nada menos. Los autores, aparte de obra, acumulan vida. No siempre ejemplar. Ocurre que Mencken se empeñó en dejarlo todo por escrito.