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José María de Loma.

Reporteros y casualidades

Durante la pasada semana, cada vez que de noche, a veces más temprano, otras veces avanzada la negritud otoñal, marchaba hacia mi domicilio a pie, cansado, meditabundo, me topaba en una céntrica plaza de Málaga con un periodista que hacía una entradilla para una televisión costarricense. Trípode, pequeña cámara, micrófono. Él solo. Sin nadie más. Cada noche lo mismo. El reportero quizás llegó a España una semana antes de que se disputase el partido, el España-Costa Rica del pasado sábado. No sé qué le contaría a los costarricenses de nosotros los españoles. Yo por si acaso procuraba pasar detrás de él, muy cerca, para chupar algún plano y que así en aquel país hermano vieran qué buenos mozos somos. Una de las noches me hice el disimulado mirando un escaparate para oír qué decía. Me pareció colegir que narraba un entrenamiento de sus compatriotas, lo cual me decepcionó un poco. Yo es que soy muy de pensar que los periodistas costarricenses cuando vienen van a hablarle a sus espectadores de la paella, el gazpacho, el cocido, el problema catalán o la forma de pedir café. No sé cómo se pedirá, por cierto, el café en Costa Rica, que ha de ser de gran calidad.

A lo mejor el reportero, pongamos que se llama Antonio, ha estado algo menos vivaracho y locuaz, despierto y sagaz por no ingerir café de su tierra y sí café español, que aunque bueno y con propiedades salutíferas, adobado con gran sabor, no es, reconozcámoslo, el mejor del mundo entero. Si acaso, casi el mejor. En dura disputa con Colombia o Brasil. Sin olvidar Etiopía. El reportero. Antonio. ¿Lo habrán alojado en un buen hotel o en la pensión La Pulga?, ¿Habrá visitado algún museo?, ¿y si es una gran estrella del periodismo deportivo en su país y yo he perdido la oportunidad de hacerme un selfie con él? Claro que tampoco es descartable que haya desayunado en un café cercano, en este en el que usted me lee y haya ojeado este periódico y me haya visto y leído. Y entonces se haya producido una conexión mental-periodística. Una magia de esas de las que hablan los letraheridos, que se produce cuando uno nota que alguien lo lee. A mí una vez me leyó una señora en una peluquería y desde entonces soy de cortarme el pelo más. Pero casi todos los que conmigo coinciden son señores y así no hay manera. Las mujeres leen más. Y los hombres se cortan más el pelo. Eso deduje, lo cual dice poco de mis dotes adivinatorias o demoscópicas, si es que eso es demoscopia. El reportero estará ya en su país o tal vez en esos mundos de Dios donde quiera que juegue de nuevo Costa Rica.

A esta hora a lo mejor alguien está viendo a ese reportero en la tele, o el reportero está viendo a alguien. A su mujer o a sus hijos, uno de los cuales, tal vez, puede haber sido agraciado con un regalo, una camiseta que ponga "I Love España". Quién sabe. Pienso esto camino a casa, por la plaza donde lo veía. Cansado e intuyendo el invierno por los riñones. Un cafelito me tomaba.

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