La señora conselleira de Medio Ambiente acaba de plantear a los concellos una serie de propuestas acerca de la utilización del agua que, vistas a ojo de buen cubero, parecen de lo más sensato. Y es que ante la situación de escasez que pese a las lluvias recientes atraviesa el país, la época del año y las perspectivas, cualquiera con dos dedos de frente recomendaría. Son restricciones en el consumo molestas pero necesarias para evitarlas en lo imprescindible, como sería el recorte en el abastecimiento para el uso humano.
La Xunta -porque se está hablando de uno de sus departamentos, pero ya se sabe que las decisiones son colegiadas-, ha hecho lo que debía: restringir el agua para piscinas, riegos ornamentales, etcétera, antes de que la cosa pueda ir a peor. Y en ese sentido no hay crítica que hacer en concreto, salvo la advertencia, preventiva, de que no ceda fácilmente al paso que habría que dar en caso de ineficacia de esos: el de aumentar el precio del consumo a límites disuasorios pero dañinos.
Dicho eso, y desde el respeto pero también el ánimo de evitar conflictos, parece poco probable que la gente del común entendiese un recargo para su ya débil economía doméstica como el del agua, un bien que Galicia derrocha a manos llenas, y menos aún que se decidiese cargar el peso sobre los precios en vez de crear un sistema de aprovechamiento y reserva eficaz. Y que, dicho con todo respeto, aquí nadie se ha ocupado de estudiar ni siquiera a pesar de la evidencia de que se acerca un cambio climático cuya profundidad es imprevisible.
Ocurre que los gobiernos se han olvidado de que la previsión es más valiosa que el remedio y nadie se ha ocupado de elaborar un plan hidráulico para Galicia "por si acaso" hubiese alguna vez escasez de agua. Quizá ese tiempo no haya llegado todavía, pero lo que está pasando podría ser un aviso. Y si alguien se lo toma como tal -y acaso debería hacerlo- podría comprobar como, a su hora, los ciudadanos le recompensarían a partir de la idea de que "un gobierno prevenido vale por dos".
¿Eh??
