Se ha sugerido que el triunfo de Macron en Francia vendría a ser fruto del mismo descrédito de los políticos que nos trajo a Trump. Si al final lo es, Macron será un presidente sin partido; Trump lo tiene, pero se pelea con él para que sus votantes no crean que chapotea en la "ciénaga de Washington". Votantes que son y no son de ese partido pero que son, sin duda, votantes del magnate.
Los votantes de Macron, ¿qué son? ¿Desencantados del socialismo y el gaullismo? ¿Gentes a las que aterroriza la llegada de Le Pen? Todo eso, pero son votantes del sistema. Trump también es sistema, pero juega a desdeñarlo. Macron lo representa con una cara que da menos canguelo que otra.
Le Pen alega que es el hombre de la "casta" para captar votos de Mélenchon. La "casta" de la trilera Le Pen es la "ciénaga" de Trump. La ultraderecha, "trumpera" o "lepeniana", como salvaguarda de los derechos del pobre vapuleado por la crisis.
Lo apunto aquí para otra vez: en veinte años los mensajes antiglobalización han pasado de la izquierda (extrema) a la derecha (ultra). En el medio está el sistema, anonadado, con caras nuevas (Macron) y viejas (Merkel). Le Pen es una cara vieja customizada; Macron, una nueva que ya resulta vieja. Un banquero. Un valor refugio.
