En el vergonzoso problema de la gobernabilidad de España la masiva dimisión del comité federal y del secretario general de los socialistas marcaron, como era de suponer, el inicio de una nueva etapa, con innovación de sus actitudes políticas para enfrentarse a la inexcusable obligación de dilucidar el dilema de abstención o nuevas elecciones. Aunque aún hay serias reticencias entre los partidarios de una y otra opción, la balanza parece inclinarse a favor de la abstención y se vislumbra que, al fin, se va a deshacer el nudo gordiano del bloqueo, posibilidad que ya debió manifestarse a principios de año para recuperar la normalidad en la gobernanza del país, aprobar los presupuestos generales, cumplir con Bruselas, asentar la confianza internacional y, en definitiva, gobernar.

Pese a que nunca es tarde si la dicha es buena, el favorable vaticinio aún no permite echar las campanas al vuelo porque un significativo número de defensores del trasnochado sigue enrocado en su inmóvil posicionamiento e incluso acogería con regocijo un hipotético regreso de Pedro Sánchez y que retomara la quimérica, irracional y cerril disposición de intentar que se le abrieran las puertas de la Moncloa formando un gobierno alternativo, que forzosamente se apoyaría en una endeble entente cordiale integrada por un Parido Socialista en descomposición el amenazante Podemos -también con refriegas internas- y el popurrí de las siglas por las siglas en que se aposentan extremistas e independentistas catalanes. Posibilidad afortunadamente utópica, pero que de materializarse nos metería de lleno en un caótico mar de sargazos y que, antes de que el Sr. Sánchez acomodase a su gusto la poltrona de la Moncloa, ya estaría abocado a someterse a una moción de censura o a convocar nuevas elecciones.

Las actitudes contra corriente, quiméricas y absurdas, más pronto o más tarde, acaban exigiendo el pago de un dividendo pasivo. Así, en el caso concreto del catalán Sr. Mas, tal como vaticiné con bastante antelación, vemos que ha ido definitivamente a menos y que de hecho deambula en el ostracismo y aun bajo la amenaza de una espada de Damocles de la justicia.

Consideración aplicable en mayor o menor grado al dimitido comité federal y, sobre todo, a Pedro Sánchez que va a aparcar definitivamente, o al menos durante un largo periodo, un protagonismo político con el que certificó su torpeza, permitiendo que su egocentrismo no le dejase saber que estaba jugando en offside.

Con dedicación a defensores del bloqueo, me permito reiterar esta negativa opinión apropiándome de una poesía de un sacerdote poco ortodoxo, excelente poeta, cuya propensión a no respetar las señales de tráfico fijadas por sus superiores hizo que se le enviase al extranjero, donde desgraciadamente falleció. Antes tuvo un peculiar destierro como coadjutor en un pequeño pueblo, donde no tardó en pelearse con el párroco, hasta el punto de que se le sometiese a una especie de examen de reciclaje, acto en el que improvisó la poesía a que me refiero y que, con perdón, transcribo.

Burrísima trinidad/ Que diría meu amigo Curros/ ¿Non sodes acaso tres burros/ Nunha misma nulidad?/ Examinarme eu, ca,/ Pois cando na miña me poño/ Son máis forte cun carballo/ Y de esto non sabrei un coño, supoño/ Pero vos non sabedes un carallo.

Exlibris. Y me consta que alguno de sus superiores tuvo que limpiarse las gafas empañadas por las lágrimas de su risas.