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De vuelta y media

El monumento a Valle Inclán

Erigido en Las Palmeras en 1936 por iniciativa de Labor Gallega, el Ayuntamiento ordenó su levantamiento en 1954 por causas pocos claras y acabó en la cumbre del monte A Curotiña

La instalación en 1936 de un monumento a Valle Inclán en Las Palmeras, a mayor gloria del insigne escritor, no estuvo sumida en ningún misterio. El acto de inauguración revistió una gran solemnidad, a pesar de que la situación en todo el país no estaba para ninguna celebración. Faltaba un mes escaso para el estallido de la Guerra Civil.

En cambio, la retirada del busto de don Ramón en 1954 estuvo marcada por un mutismo más que sospechoso y quizá se materializó con nocturnidad y alevosía. El motivo real de su alejamiento de Pontevedra nunca se explicó entonces y todavía hoy sigue envuelto en más sombras que luces.

Afortunadamente una figura completa del celebrado literato enseñorea ahora la plaza de Méndez Núñez, por arte de César Lombera, su escultor de cabecera, a un paso de la Casa del Arco que tanto frecuentó.

La idea de erigir un monumento a Valle Inclán para honrar su memoria con motivo de su fallecimiento a principios de 1936, partió de Labor Gallega, un grupo pontevedrés muy activo en el ámbito cultural, que presidía José García Vidal. Con tal motivo se formó una comisión organizadora del pretendido homenaje que integraron los señores Echave, Villamil, Cochón, Vilarelle, Pintos y Cabanillas, todos ellos personalidades relevantes y bien conocidas.

La obra corrió a cargo de Benito Prieto Cussent, profesor de dibujo y modelado en el Instituto de Tui, que contó para su realización con la ayuda de dos alumnos aventajados, Álvaro Álvarez Blázquez y Emilio Diz Rodríguez. Luego ocho obreros participaron en el esculpido final.

Un bloque de granito de gran tamaño y dos toneladas de peso, dio vida al busto de don Ramón con su larga barba. Una pieza "augusta en su simplicidad y estremecida de grandeza", en palabras de Xavier Echave, catedrático de latín del Instituto de Pontevedra.

El Ayuntamiento autorizó a Labor Gallega el 10 de junio de 1936 la instalación del monumento a Valle Inclán en los jardines de Vincenti, en un lugar que fijó el arquitecto municipal, Emilio Quiroga Losada. Asimismo ofreció una aportación de 5.000 pesetas a la suscripción popular abierta para sufragar todos los gastos.

El acto de inauguración tuvo lugar al mediodía del domingo 21 de junio y estuvo a la altura de una ocasión tan celebrada. No faltó nadie, desde el gobernador civil, Rodríguez Acosta, hasta el alcalde pontevedrés, García Filgueira, pasando por el presidente de la Audiencia, el coronel de Artillería o el delegado de Hacienda. La nota de color para testimoniar su admiración hacia el homenajeado, corrió a cargo de alumnos de los institutos de Tui y Pontevedra, así como de niños y niñas de las escuelas pontevedresas.

Labor Gallega recibió incluso una adhesión del mismísimo presidente de la República, Casares Quiroga, y otra del subsecretario de Gobernación, Osorio Tafall.

El presidente de la Asociación de la Prensa, Manuel Cabanillas, abrió las intervenciones, seguido en el uso de la palabra por los profesores Losa y Echave, el alcalde Filgueira y el gobernador Acosta.

"Esta obra en su sencillez artística -dijo Losa, director del Instituto de Tui- representa la primera piedra del magno monumento que Galicia debe al gran escritor Valle Inclán, pero la gloria de ser la primera en los homenajes, nadie podrá disputarla a Pontevedra que, como tantas veces, se adelanta a otras ciudades gallegas en la exaltación de los valores intelectuales".

Pontevedra fue, en efecto, la primera ciudad española que rindió un homenaje público al insigne escritor después de su fallecimiento y llevó a gala ese gesto hermoso.

Después de las intervenciones sucesivas, el momento cumbre de aquel acto llegó cuando los alumnos Conchita Ferreirós y Álvaro Álvarez tiraron del cordón de la bandera de Galicia que cubría la escultura, al tiempo que la Banda de Música de Pontevedra interpretaba, sucesivamente, los himnos de Galicia y de la República.

El monumento a Valle Inclán permaneció durante los quince años siguientes en su ubicación original a la sombra de un cedro, donde ahora está el parque infantil. Desde su elevada atalaya don Ramón vivió de cerca la mejora de Las Palmeras, el montaje del estanque de los patos e incluso la configuración de la terraza de verano del Blanco y Negro.

Sin ninguna motivación conocida, la Comisión Permanente Municipal tomó un acuerdo el 18 de junio de 1952 tan incomprensible como torticero: A propuesta del alcalde, se aprobó sustituir la estatua de Valle Inclán por otro elemento decorativo, "ofreciendo aquél a la familia". Si dio alguna explicación al respecto, no constó en el acta que guarda el Archivo Municipal.

El alcalde que formuló tal proposición fue Juan Argenti Navajas y los tenientes de alcalde José Puig Gaite, Manuel García Lastra, José de la Torre López, Casiano Peláez Merino y Antonio Hereder Solla respaldaron la idea sin formular reparo alguno. Hay que suponer, por tanto, que todos estaban en el ajo y un manto de niebla tapó aquella decisión.

Sabino Torres apuntó directamente en su libro memorialista a Carlos del Valle Inclán, hijo mayor de don Ramón. Él mismo habría pedido su retirada al alcalde y al gobernador sencillamente porque le parecía horrorosa.

Puede que sí o puede que no; quizá eso ocurrió, pero hay que ponerlo en cuestión por un motivo más que justificado: la narración que hizo sobre lo que pasó con el monumento se aparta bastante de la realidad conocida y documentada. La memoria de mi admirado Sabino, siendo muy buena no siempre resultaba acertada, ni mucho menos era infalible; él jamás pretendió tal cosa.

La familia Valle Inclán no mostró ninguna intención de hacerse cargo de la escultura, ni tampoco le buscó una ubicación en otro lugar. Tal comportamiento denota la aceptación tácita de su retirada, porque en caso distinto habría podido quejarse y se habría armado un buen lío.

Dos años después del acuerdo municipal, el Ayuntamiento de la Puebla del Caramiñal, considerado entonces el lugar de nacimiento del escritor, aceptó la donación del monumento. El lunes 15 de febrero de 1954 se aprobó y firmó el acta de levantamiento y entrega del monolito entre representantes de ambos ayuntamientos. Sorprendentemente ningún periódico gallego recogió la noticia de aquel trasvase, que tenía su miga.

La parte última de esta historia ya resulta bien conocida: tras su levantamiento y traslado, el monumento permaneció abandonado durante muchos años en el muelle de La Puebla (ahora A Povoa). Incluso sirvió de anclaje de barcos, dado su potente tonelaje. Al fin en 1963, el Ayuntamiento instaló a don Ramón en lo alto del monte A Curotiña, donde hoy sigue ubicado y casi olvidado.

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