El Parterre, antesala del histórico convento de San Francisco, era a finales de los años veinte la cara oscura de la Herrería; es decir, el lado lúgubre y afeado de la plaza de la Constitución, su denominación oficial.

De día, lugar de juegos de niños, y de noche zona de esparcimiento de mayores. La frondosidad de su arbolado y la falta de luz convirtieron al Panterno, nominación derivada del Parterre por una especie de dislexia popular, en el nido de amor más a mano de la ciudad. En síntesis, ese resultaba su uso habitual, hasta que una corporación recién llegada, con Remigio Hevia a la cabeza, tomó cartas en el asunto y encaró una radical conversión de aquel punto negro, de dudosa moralidad.

La Dictadura de Primo de Rivera hizo en verano de 1927 a los ayuntamientos españoles un gran regalo. El Real Decreto Ley de 2 agosto de aquel año propició la cesión gratuita de terrenos y edificios del Estado a los municipios para mejorar sus dotaciones, urbanizar o ampliar plazas y calles, y desarrollar nuevos servicios públicos.

El Ayuntamiento de Pontevedra no pasó por alto aquella oportunidad y encomendó la tarea al alcalde Mariano Hinojal, auxiliado por la comisión de Policía Urbana y por el arquitecto municipal, Emilio Salgado. Pero no dispusieron de mucho tiempo para concretar sus demandas, porque la marcha de Hinojal dejó pendiente aquella tarea.

La solicitud formal de la cesión gratuita del Parterre se produjo por medio de una moción aprobada el 25 de abril de 1929 y firmada por Sinforiano Melero, teniente de alcalde y delegado de la Policía Urbana. Su objetivo no fue otro que "ampliar y regularizar" la Herrería mediante el embellecimiento de aquel lugar anexo, proyecto que redundaría en favor de la Delegación de Hacienda y de la iglesia de San Francisco, declarada monumento nacional.

Puestos a pedir, el pleno municipal que encomendó la gestión al alcalde Hevia también solicitó al Estado una ayuda de 40.000 pesetas, la mitad del presupuesto del proyecto, dada la precaria situación del Ayuntamiento de Pontevedra, comprometido con la ejecución de importantes y costosas obras. Una medida higiénica y una finalidad estática, en suma, se dieron la mano en aquella importante actuación.

Quizá algo estaba ya hablado de antemano entre las administraciones municipal y estatal sobre la pretendida cesión, porque el trámite se formalizó con una rapidez inhabitual. Solo dos meses escasos pasaron entre la petición formal y la entrega oficial del Parterre por el Estado al Ayuntamiento.

Seguramente influyó no poco en esa feliz circunstancia la extraordinaria relación que el todopoderoso ministro de Hacienda, José Calvo Sotelo, mantuvo con Pontevedra. Nacido en Tui, se convirtió en un colaborador imprescindible de Primo de Rivera tras una carrera política labrada en Galicia. Al césar lo que es del césar y a Calvo Sotelo el reconocimiento debido.

La cesión del Parterre se autorizó mediante un Real Decreto de 17 de mayo de 1929, condicionada a la ejecución del proyecto de embellecimiento de aquel lugar, y su entrega se realizó el 24 de junio. Firmaron el documento correspondiente Andrés Muruais Carrillo, alcalde en funciones, y Sinforiano Melero Guerra, concejal delegado de Hacienda y Policía Urbana, por parte del Ayuntamiento, y por parte del ministerio Ricardo García Portela, administrador de rentas públicas, y Gerardo Santos Méndez, oficial de Hacienda.

Todo estuvo tan atado y bien atado, que un día después, 25 de junio, el pleno municipal aprobó el proyecto de ajardinamiento que elaboró el arquitecto municipal, Salgado Urtiaga. Dicho bosquejo ya contemplaba la instalación en su centro geométrico de la fuente de la Herrería.

De aquella misma sesión salió el nombramiento de una comisión para supervisar la ejecución del proyecto y fijar el lugar exacto para montar la histórica fuente. Dicha comisión estuvo integrada por el alcalde Hevia Marinas; los concejales Melero Guerra y Álvarez Limeses; Casto Sampedro, presidente de la Comisión de Monumentos y Raymundo Riestra, vicepresidente del patronato del Museo Provincial.

La conversión del Parterre y su entorno más cercano tardó bastante tiempo en materializarse. En 1931 hubo un intento fallido de abordar la expropiación de las dos casas de Sampedro y Paz (ahora rehabilitadas), que impedían su expansión hasta el contorno de la Peregrina.

Entonces fracasó también una propuesta del concejal Víctor Lis para dar el nombre de Casto Sampedro al nuevo ajardinamiento, precisamente por la vecindad de su vivienda, centro de trabajo y tertulia.

Finalmente los jardines de Casto Sampedro se nominaron como tales en 1950, a raíz de la formación del censo de vivienda de Pontevedra. Entonces se aprobaron los nombres para 67 nuevas calles y plazas, con una prevalencia de personajes ligados a la historia de la ciudad, salvo alguna excepción (desde Payo Gómez Chariño y Gagos de Mendoza, hasta Milano dos Mares y Tristán de Montenegro).