Como si siguiesen un guion tendenciosamente escrito, los representantes de los partidos políticos, con la natural excepción del PP, no pierden ocasión para denostar a Mariano Rajoy, afeándole que haya declinado la invitación del Rey para que se personase a la investidura de presidente del Gobierno; considerando que ha cometido un delito de desacato con el jefe del Estado y una falta de responsabilidad que le incapacita para futuros intentos de optar a tal investidura.

Nada más lejos de la realidad. El Sr. Rajoy actuó con honestidad y cordura, posponiendo tal posibilidad y no prestarse al cantado fracaso que generaría el hecho cierto de no contar en ese momento con los imprescindibles apoyos. Seguramente habrá otras opiniones, pero es irrefutable que nada se hubiese solucionado.

Con una actitud diametralmente opuesta y no menos respetable, el Sr. Sánchez aceptó la indicación del Monarca y se dispuso a afrontar el debate de investidura a sabiendas del varapalo que le esperaba y propiciando, involuntariamente, que durante tal debate afloraran astracanadas amorosas y se hiciesen acusaciones tan graves como las que relacionaron a Felipe González con la utilización de cal viva.

Decidirse a cosechar una estruendosa derrota, de antemano conocida, no creo haya sido un acto de masoquismo del candidato socialista; sino más bien una premeditada estrategia teatral para ocupar el centro del tablero mediático, generando la popularidad emanada de una manifiesta actividad y asegurando así la poltrona de la Secretaría General, que parecía amenazada por destacados barones del partido.

Así las cosas, seguimos encerrados en el laberinto de Dédalo y sin que se vislumbre la posibilidad de hallar la salida, incluso con la amenaza de tomar un escabroso sendero que nos llevaría de nuevo a la encrucijada de las urnas, sin que pueda asegurarse que solucionen un problema cada vez más insoportable para el país.

Lo tristemente cierto es que las posibilidades de negociación siguen topando con las barreras de las posiciones políticas y la firmeza de la aritmética. El pacto a tres bandas de los partidos constitucionalistas, pese a ser el más lógico y asegurar amplia mayoría, parece definitivamente descartado porque populares y socialistas ni siquiera dan señales de intentarlo. Y algo parecido sucede en la otra cara de la moneda, por la manifiesta incompatibilidad de Podemos y Ciudadanos. Sin embargo, no puede ignorarse que los derroteros políticos acostumbran a sorprendernos con acuerdos que hieren al sentido común y que para satisfacer ansias de poder permiten que sus representantes, desdeñando el pudor, manifiesten ufanos que donde digo, digo; digo Diego. A riesgo de que se me considere mal pensado, me hago eco de alguna reciente encuesta, que tal vez en su rol de instrumento de presión, anuncia subida de los populares y caída de Podemos. ¿Resultados encaminados a que estos últimos, que ya parecen mostrar síntomas de resquebrajamiento, temerosos de perder fuelle flexibilicen su posicionamiento para integrarse en el binomio PSOE-Ciudadanos?

Lo irrefutable es que mantenerse en el laberinto, con un gobierno en funciones, es una situación insoportable que a diario pasa factura con la pérdida de confianza, huida de inversores, precariedad en las decisiones, encallecimiento del problema catalán, etc,.etc. Por ello sigo creyendo que la solución lógica sería el pacto tripartito de los constitucionalistas, cuya imposibilidad más que de los partidos parece derivarse del antagonismo personal de Rajoy y Sánchez; lo que debiera invitar a que se siga invocando a la cordura y responsabilidad política para que uno de los dos dé un paso atrás y permita pasar al otro. En tal caso, ¿debe ceder el que ganó o el que perdió las elecciones?