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Respira, respira

La secuencia más dramática de "Respira", una excelente película que se exhibe en Vigo, es cuando la protagonista embarazada se cae a un foso, empujada y despreciada por la madre del bebé que había desaparecido.

Intentó explicarle a gritos lo ocurrido, pero la madre desesperada y furiosa no quiso escucharla. Aunque al verla ensangrentada en el foso, volvió para ayudarla. Mientras viajaban en taxi al hospital, intenta calmar su agitación repitiéndole: respira, respira.

Hasta llegar a este episodio ocurren muchas cosas, pero el trasfondo y actualidad del argumento es la maternidad de las mujeres que trabajan y la compatibilidad laboral con la atención a los hijos.

La trama se desarrolla entre Grecia y Alemania, con el problema del paro juvenil de fondo. La protagonista se instala en Fráncfort, descubre que está embarazada y acepta el trabajo de canguro durante el día de un joven matrimonio que tiene un bebé de poco más de un año.

Parece una pareja feliz, pero solo en apariencia. Resulta que la madre se siente angustiada porque no dedica al hijo toda la atención, y al mismo tiempo, porque después de año y medio de baja maternal ha quedado desfasada profesionalmente, lo que le acarrea problemas.

La tensión la lleva a malhumorarse, a reñir a la canguro, y discutir con el marido, que le echa en cara que trabaje para sacar en limpio unos cientos de euros, descontado lo que paga a la asistenta, cuando él gana lo suficiente.

Además de las varias situaciones reconocibles de la vida cotidiana, lo realmente sustantivo es la dicotomía entre maternidad y trabajo en la sociedad contemporánea. Es decir, un trabajo competitivo, que no discierne las circunstancias personales y obliga a la mujer con hijos a responder laboralmente con todas las consecuencias y a ser madre -si lo quiere- también con todas las consecuencias. ¿Es posible?

Esa es la cuestión que queda pendiente, como un elemento de debate, y a la que el guion no da solución.

España es uno de los países rezagados en la incorporación de la mujer al trabajo profesional. Comenzó tímidamente a finales de los 70 y se fue generalizando en las décadas siguientes. Ahora en muchos sectores, como el funcionariado, la enseñanza, la medicina o la justicia abundan las mujeres. También en el periodismo, donde superan a los hombres en las plantillas.

Pinta al caso traer a colación la anécdota que recordaba Mari Carmen Parada, una pionera de la prensa viguesa.

"Era tan extraordinario el acontecimiento que supuso para El Pueblo Gallego la entrada de la primera mujer que trabajó en Vigo como auténtica redactora que sus compañeros la recibieron el primer día de trabajo con pancartas de bienvenida, corbata y traje y la promesa de que nunca dirían tacos".

Eran los años entusiastas de la profesionalización de las mujeres, en un ambiente de final del franquismo, en que todo se percibía como ilusionante. Ni por asomo se veían los contra.

De entonces a ahora, la presencia de la mujer en todos los ámbitos laborales es de plena normalidad. Pero ha tenido consecuencias. Ha descendido la natalidad hasta convertirse en un problema de grandes dimensiones para el futuro demográfico del país, y en especial de Galicia. La maternidad se ha retrasado en el último cuarto de siglo hasta los 30,4 años, y son muchas las mujeres que tienen los hijos después de los cuarenta.

Los sociólogos analizan los factores por los que se produce, y lo atribuyen a una cultura antinatalista de la sociedad, al retraso en la incorporación al mercado laboral, al acoso a la maternidad en las empresas o a la imposibilidad de conciliar familia y trabajo.

Sean estos u otros factores, lo cierto es que el problema está ahí. Y la mujer que es capaz de desarrollar la doble tarea de madre y profesional sin duda se siente muchas veces tan al borde del ataque de nervios que necesita alguien al lado que le diga: respira, respira. Lo malo es cuando no lo tiene y debe que decírselo a sí misma, porque si no lo logra podría desquiciarse.

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