2016 arranca marcado por las reiteradas citas con las urnas. Es cierto que el pacto in extremis alcanzado ayer en Cataluña por las fuerzas independentistas de Junts pel Sí y la CUP desaloja a Artur Mas de la Generalitat, lo sustituye por el alcalde de Girona y evita una reedición de los comicios. En este sentido podría parecer que el horizonte catalán se aclara un poco. En realidad muy poco.

Salvo un acuerdo, hasta ahora inverosímil, los españoles volverán a votar en unos meses. Y más tarde, o quizá no tanto, le seguirán gallegos y vascos. Aunque cada elección tenga sus singularidades -en España se repetirían por primera vez-, la incertidumbre por el resultado final y la endiablada gestión del postvoto son dos elementos comunes a todos los comicios venideros.

Nos movemos en un paisaje político extremadamente turbio y nebuloso sobre el que pesan demasiados interrogantes y casi ninguna certeza. El mensaje de diálogo y cambio que enviaron los españoles el 20-D está siendo de difícil digestión para el conjunto de los partidos, quizá porque algunos todavía creen que muy poco debe cambiar y porque otros consideran que hay que cambiarlo todo, muy rápido y de cualquier forma. La consecuencia: un pandemónium nacional.

Orillando el enmarañado escenario estatal, Galicia afronta sus décimas elecciones con la sensación de asistir a un enigma dentro de un misterio. El primero atañe a la fecha. El presidente Alberto Núñez Feijóo acaba de descartar un adelanto, dejándolas para después del verano, pero voces de su partido abrieron en su día la puerta a que coincidan con la reválida de las generales, allá por mayo. En cualquiera de los dos escenarios, tampoco está aún explicitado si Feijóo repetirá. Hasta ahora ha sorteado el órdago con respuestas que no cierran ninguna puerta. Y en la hipótesis de un adiós, estaría por ver su relevo. Si alguien de la casa, corriendo el escalafón de la Xunta, o un rostro nuevo que personalice un cambio.

Sus adversarios no se mueven en un contexto más cristalino. El PSdeG, más allá de su embrollo nacional, aún no sabe si José Ramón Gómez Besteiro, investigado por la juez Pilar de Lara, será el aspirante. Si su estatus judicial persiste, deberán buscar un sustituto. Y a la carrera, pues no andan sobrados de banquillo. De ahí las maniobras de un consabido ex que sueña con serlo. Además, el PSdeG se mueve en un terreno extremadamente minado: la aritmética parece hacer posible una mayoría de izquierda en la Xunta al tiempo que siente en el cogote la amenaza de un sorpasso de Marea que les relegaría a ser tercera fuerza.

Los repetidos descalabros del Bloque le auguran un negrísimo futuro. Su peso institucional ha menguado hasta extremos impensables y los cambios, muchos cosméticos, que han ido introduciendo son acogidos con creciente desafección. Definitivamente se la juega. Deben decidir si mantienen su proyecto en solitario y cómo lo harán, o si arrían su marca y se integran en otros movimientos que hoy gozan de más predicamento social.

Las Mareas también tienen sus propios problemas y, paradójicamente, éstos nacen del éxito. Con las alcaldías de Santiago, A Coruña y Ferrol y seis diputados en Madrid, les urge un candidato si es que Martiño Noriega o Xulio Ferreiro siguen en sus puestos. Xosé Manuel Beiras, que cumple 79 años, se siente cómodo en esa posición de pope que observa desde lo alto de la colina el avance de sus tropas. Trasladando a unas autonómicas los datos del 20-D, que es mucho trasladar, las Mareas tendrían opciones de gobernar la Xunta en una eventual alianza con el PSdeG, así que el acierto en el cabeza de cartel es un asunto capital.

Ciudadanos solo ha contribuido hasta ahora en Galicia a erosionar las bases del PP sin recoger frutos. Veremos si la formación de Albert Rivera, sin discurso gallego ni estructura, es capaz de levantar el vuelo o confirma que todo era un espejismo.

Así pues, el calendario electoral y su endemoniado puzle marcarán los próximos doce meses de la agenda pública gallega. Pero el país no puede permitirse la parálisis. Hay retos y proyectos que no pueden esperar bajo ningún concepto, y menos por tiquismiquis politiqueros o rencillas partidistas de tres al cuarto. Con voluntad de entendimiento todo es posible. Y ahí está, como prueba, la acertada decisión de la Xunta de modificar la Ley del Suelo para desbloquear los proyectos más relevantes paralizados por la anulación del Plan Xeral de Vigo.

Garantizar un contexto de estabilidad que impulse la recuperación económica ya en marcha es el objetivo más importante de todos, sin duda. Pero hay otros, más concretos, también ineludibles. Por ejemplo, y sin ánimo de exhaustividad, las obligaciones contraídas por el Gobierno con la Alta Velocidad son innegociables. Los plazos para el fin de la línea entre Madrid y Galicia y la adjudicación de la parte comercial de la estación de Urzaiz tienen que seguir su curso natural, sin obstáculos ni vetos interesados. Son proyectos de interés general y, por ende, apartidistas. Al igual que mantener la apuesta por la conexión del AVE por Cerdedo, definir de una vez la política sanitaria del Área Norte de Pontevedra o desatascar el transporte metropolitano en Ourense, por enumerar solo algunos de ellos.

En Galicia, la Xunta tiene que adoptar nuevas medidas eficaces y valientes para taponar la sangría demográfica. En 2015 aprobó las más audaces hasta ahora. La idea de Galicia como un formidable geriátrico ya no es una profecía apocalíptica. Así que al tiempo que se blinda el bienestar de los mayores, debe crear las condiciones apropiadas para que ser padre deje de ser un acto heroico. Un país sin jóvenes es un territorio ayuno de innovación, regeneración, modernidad, progreso, esperanza... Un páramo, aunque verde y atlántico, sin futuro.

En el terreno económico, hay que ayudar a las empresas, no solo con subvenciones, sino liberando el camino del emprendedor de esas absurdas y frustrantes trabas burocráticas. A veces con no estorbar es suficiente. El gallego ha demostrado que vuela alto, solo necesita la pista despejada. Bienvenidos los incentivos, que no dádivas, a las compañías para internacionalizarse, adquirir tamaño, innovar. Para formar parte de un mundo competitivo que no suele dar segundas ni terceras oportunidades.

Y, por citar uno de los retos más ineludibles y factibles, la Xunta debe relanzar su compromiso con la simplificación y reducción del entramado de las administraciones, y en particular afrontar la revolución local. Visto que las fusiones de los concellos se ha quedado en luz de bengala, la fórmula apunta a las alianzas municipales. Y aquí tiene una extraordinaria ocasión para demostrar que va en serio: cumplir la promesa de reformar la ley y poner en marcha antes de la próxima contienda electoral el Área Metropolitana de Vigo.

Haciéndolo, no solo cumpliría la palabra comprometida por el propio presidente Feijóo, sino que enviaría una inmejorable señal de su apuesta por edificar estructuras supramunicipales razonables, eficientes y avanzadas. El proyecto del Área, con algunos matices correctores, cuenta con un consenso amplísimo entre alcaldes de diferentes ideologías. No se puede perder una oportunidad así. El interés mostrado por otros ayuntamientos inicialmente excluidos por sumarse a este proyecto da una idea de su enorme importancia. Es obligado aprovechar, pues, que sopla el viento de cola para poner en marcha de inmediato este proyecto.

Y hágase lo mismo con todos aquellos prioritarios para Galicia y los gallegos, con independencia de ideologías o simpatías electorales. Tiempo habrá para hablar y batallar en torno a candidatos, urnas y votos. Ahora lo que toca, lo indispensable, es hacer política de verdad, con mayúsculas. O sea, la que resulte útil para la comunidad y sus ciudadanos y procure su bienestar y progreso.