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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Campeonato de charlatanes

Perdura todavía en Orihuela, patria alicantina de Miguel Hernández, un Concurso Nacional de Charlatanes en el que cada año se elige al vendedor más dotado de verborrea para colocar su producto al cliente. Se trata de oradores de mercadillo que, sin embargo, alcanzan a menudo cotas de elocuencia muy superiores a las de los profesionales del Congreso de los Diputados. Aunque unos y otros coincidan, cierto es, en el deseo de venderles la moto y el voto a la audiencia.

Nada hay de peyorativo en el término charlatán que se aplica a los feriantes con mejor dominio de la retórica. Algunos de ellos, como el legendario Ramonet, vendían mantas a manta gracias a su facundia y al arte de jugar con el doble sentido de las palabras. "Señora, ponga esta suave manta en su cama. Y usted, caballero, métase en ella y allá donde ponga la mano tocará siempre pelo", decía el vendedor para colocar al público en suerte. No hará falta añadir que a continuación despachaba mantas como rosquillas, con el añadido de media docena de bolígrafos de regalo.

De esa no siempre bien valorada tribuna de las ferias surgieron oradores de gran empaque como El Elegante, El Actor o El Pico Loro, que ya en sus nombres artísticos delatan el rasgo de facundia que les acompaña. Lo malo es que el oficio anda ya en vías de extinción.

A los charlatanes los ha ido marginando la competencia un tanto desleal de la tele y sus teletiendas, pero lo cierto es que no engañan a nadie y, al igual que los políticos, se limitan a realzar con su verbo florido las virtudes -no siempre evidentes- de la mercancía en venta.

Los profesionales de la política que les han tomado el relevo hacen ahora lo mismo -solo que con menos gracia- en el más ancho espacio audiovisual de las tertulias de la tele. Varios de esos tertulianos han saltado, hale, hop, del plató al Parlamento europeo o a un puesto de salida en las listas de las ya inminentes elecciones; dato que acaso revele hasta qué punto la política y el espectáculo tienden a confundirse.

Si los charlatanes de toda la vida ofrecían al público "estas cinco mantas por el precio del bolígrafo que tengo en la mano", sus sucesores en la tele prometen sueldos para todos sin necesidad de trabajar, rebajas de impuestos, mayores pensiones y, si preciso fuere, una mejora general del clima.

No ha de sorprender, por tanto, que las elecciones sean ahora un concurso televisivo a modo de Operación Triunfo en el que el ganador se elige por sufragio mayoritario de la audiencia. El premio consiste en la presidencia del Gobierno, aunque tampoco es mala consolación un acta de diputado.

Hay varios formatos entre los que el espectador puede elegir, dependiendo del número de concursantes. El otro día, por ejemplo, contendieron en el plató cuatro finalistas que buscaban llevarse el premio a base de tirarles pellizcos de monja a sus rivales. Con tantos nervios y tanta frase memorizada para la ocasión, no quedó claro el ganador; y probablemente vaya a ocurrir lo mismo en la fase final del concurso que el lunes enfrenta al campeón en ejercicio, Mariano Rajoy, y al aspirante Pedro Sánchez.

Tanto da, en realidad. Como en los viejos tiempos de la buhonería ambulante, lo que importa es hablar durante horas sin decir absolutamente nada. Malo será que el espectador no acabe por comprarles la manta y el voto con bolígrafo de regalo.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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