Cuando Julio Verne llegó por primera vez a Vigo en 1878 eran las fiestas del Cristo, que se celebraban en junio. Cinco años después, el Ayuntamiento decidió pasarlas al primer domingo de agosto, y sentó mal porque perjudicaba al comercio. Los veraneantes, que adelantaban la llegada para asistir a las celebraciones, iban a retrasarse. Sin embargo, el cambio se demostró un acierto. Desde entonces, la procesión del Cristo, el acontecimiento religioso y sociológico de mayor relieve anual de la ciudad, no ha variado.

Su contemplación asombró en 1915 a la condesa de Pardo Bazán, que escribió el más bello alegato literario que se la ha dedicado.Con el artículo "Cirios" la Condesa regala a los lectores de Faro, donde se publicó, una de las más hermosas interpretaciones del sentimiento vigués. Ocurrió hace justamente un siglo. Europa sufría los efectos de la Gran Guerra, y Vigo, cuyo puerto también se resentía en los tráficos por miedo a los submarinos alemanes, había salido de una de sus peores crisis. El año anterior, debido a la contaminación de las aguas, padeció una epidemia de tifus que llevó a la tumba a decenas de personas, y obligó a suspender los festejos. La única alegría de los vigueses ese verano fue la llegada del tranvía.

Por eso este año la ciudad quería resarcirse.Organizaba las fiestas la Sociedad Popular, que presidía Camilo Rodríguez, personaje muy activo y querido por la gente. Hasta el punto de que, tras ser elegido concejal, por delegación del titular, Francisco Lago Alvarez, ejerce durante gran parte del mandato de alcalde en funciones. Y logra que las fiestas del Cristo de 1915 sean las más brillantes de la historia. Para ello confluyen diversas circunstancias favorables.

Por primer vez está en Vigo un Nuncio del Vaticano. Es Luigi Ragonesi, futuro cardenal, que durante su estancia en España ejerce una gran influencia social. En una visita a las obras de la Sagrada Familia de Barcelona, define a Gaudí como "el Dante de la arquitectura".

Monseñor Ragonesi, que había estado en las fiestas del Apóstol, no habría venido si no fuera obispo de Tui el vigués Leopoldo Eijo Garay, que lo convenció con el argumento del Cristo de la Victoria.

En el intermedio de las dos celebraciones, Ragonesi visita el balneario de Mondariz, donde se encuentra Emilia Pardo Bazán. La Condesa persuade al Nuncio para que acepte oficiar la boda de su hijo Jaime, que se celebrará meses más tarde en Madrid. Y para corresponder a esta atención, la escritora, que ya había estado en Vigo ese verano, vuelve -hace un siglo el viaje entre Mondariz y Vigo era lento e incómodo-- para asistir a la procesión del Cristo. Y no se arrepiente.

Le impacta la inmensidad de las hileras de personas de toda edad y condición que desfilan con luminarias acompañando al Cristo, el fervoroso silencio de la multitud, la tradición de una devoción que contrasta con el cosmopolitismo de la población. Por eso concluye: "Mañana, Vigo, que no es una ciudad dormida en brazos del pasado, volverá a su labor, a su actividad de colmena, a su esfuerzo vibrante, para avanzar en el sentido de los países modernos. Pero hoy Vigo ha mirado al infinito".

Es como si la Condesa que acudía a Vigo durante los veranos, antes o después de tomar las aguas en Mondariz, quisiera despedirse con este canto de la ciudad "por la que sentía predilección". Ya no regresará en los seis años que le restan de vida. Es su último verano vigués.

Aquellas fiestas del Cristo fueron especiales por otras razones y los personajes que acudieron, como Javier Ozores, alcalde de A Coruña, de la familia propietaria del Pazo de la Pastora, y otro gallego entonces en la cumbre, Vales Failde, confesor de la Reina. Morirá degollado en un confuso episodio en 1923 cuando había sido promovido a Obispo de Sión. Pío Baroja y otros escritores de la época captan su figura para sus relatos.

Cien años después, un día como ayer, la procesión del Cristo continúa impresionando por su grandiosidad religiosa y social. Las generaciones se suceden, la ciudad no deja de crecer y estar en la vanguardia tecnológica, pero miles de "cirios" siguen iluminando cada año el paso del Cristo por las calles. Tenía razón la condesa: en Vigo se dan la mano la tradición y la modernidad.