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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Razones para fiarse

Al presidente del Gobierno, la prensa y ciertos círculos políticos y financieros de Madrid, le habían organizado un debate sobre su posible sustitución en el cartel electoral del PP si el resultado de inminentes comicios municipales y autonómicos no le fueran muy favorables. Y entre los argumentos más utilizados por sus críticos (de dentro y de fuera de su partido) figuraban estos tres: falta de sintonía con las preocupaciones de la gente del común, deficiencias en la comunicación de los logros obtenidos en estos tres años y medio de ocupación del poder (si es que los hubiere), y una clamorosa pereza a la hora de adoptar iniciativas o dar respuesta a problemas acuciantes. En el fondo, nada que no hayamos oído decir de la conducta de gobernantes anteriores y que en el argot periodístico ha dado en llamarse "síndrome de la Moncloa". Es decir, esa clase de melancolía que atrapa todos los ocupantes del palacio gubernamental a partir de que llevan un tiempo en sus dependencias y empiezan a exhibir una preocupante tendencia al aislamiento y a encerrarse en su despacho. Por la razón que fuere (el síndrome no ha sido muy estudiado por los psiquiatras) todos los presidentes que llegaron hasta ese edificio de las afueras de Madrid impulsados por el voto popular, desisten enseguida de los propósitos de hacer política de cercanía con los ciudadanos, se ensimisman en el estudio de los grandes secretos de estado, y solo admiten las sugerencias de sus consejeros áulicos. Esos que manejan las encuestas de opinión y los informes del CNI con el mismo rigor con que los augures antiguos analizaban las entrañas de las aves para adivinar lo que el destino reservaba a sus jefes.

Adolfo Suárez, que fue quien trasladó la sede presidencial del palacete de Castellana a la sede actual, fue el primero en padecer el síndrome (dicen sus críticos que se pasaba el tiempo ante un mapa ponderando los devastadores efectos que para la economía mundial pudiera tener del cierre del estrecho de Ormuz). Le siguió Calvo Sotelo que no tuvo tiempo para desarrollarlo, porque lo traía de fábrica. Y le siguieron Felipe González con su bodeguilla y su afición a los bonsáis, y José María Aznar, que ya empezaba a manifestar una preocupante afición al culturismo y al levantamiento de pesas. Los ocho años de ensoñaciones de Zapatero, que se hizo colocar una cesta de baloncesto en el jardín para jugar con los amigos, terminaron con la claudicación ante los grandes poderes de la economía mundial. Y ahora tenemos viviendo en ese edificio (que antes fue lugar de citas amorosas para la realeza) a don Mariano Rajoy, del que dicen que padece el mismo mal que sus predecesores. Es posible, pero con una diferencia.

El señor Rajoy es un opositor de éxito y todo lo consiguió a base de hincar los codos y a memorizar los áridos artículos de la ley hipotecaria. Y él cree firmemente que si hace lo mismo con el temario que le obligan a seguir la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional sacará plaza con muy buena nota. "Confíen en mí, les irá bien", dijo al anunciar su candidatura a las próximas elecciones generales. ¿Ustedes qué creen?

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