Cuando yo aún no había nacido, un dictador que impuso por la fuerza su poder al conjunto del pueblo español, aprobó una de las ocho leyes fundamentales del franquismo, la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado (1947).

Antes del dictador morir, dejó su legado "atado y bien atado" (1969), de forma que le impuso al mismo pueblo que sometió, un Jefe del Estado, que las élites de entonces proclamaron (1975) y las de ahora refrendaron, tras la renuncia de los derechos de su propio padre (1977 y 1978).

Todo esto es historia política y datos. Importante, pero no clave en mi vida como ciudadano de un Estado democrático. Y es que yo, en 1975 tan sólo tenía 6 años, y no pude "votar" a "el rey". Mi padre tenía 41 años y tampoco lo pudo votar.

Posteriormente llegó la llamada Transición y la aprobación de una Constitución, que mi padre sí pudo votar, yo no (tenía 9 años).

Desde la proclamación de "el rey" hasta ahora, han transcurrido 39 años. Un período largo de tiempo donde sí hemos podido votar, aunque no todo lo que desearíamos porque los poderes sociales y económicos del tardofranquismo impusieron un modelo de democracia representativa que delegaba el poder de los ciudadanos en los partidos políticos. Con el paso del tiempo este poder se consolidó llegando a instaurarse un modelo político que no se recoge en la Constitución, aunque sí en los manuales de Ciencia Política: la partitocracia. Una de sus "patologías" más de moda es el denominado "bipartidismo", o monopolio del poder político por parte de los dos grandes partidos de ámbito estatal.

Tras las últimas elecciones al Parlamento Europeo del pasado 25 de mayo de 2014, el bipartidismo ha estallado como una más de las burbujas ("tecnológica", "del ladrillo"), que hemos vivido en nuestro país en las últimas décadas.

El bipartidismo, como las instituciones en las que se apoya, es un síntoma no la enfermedad del sistema sociopolítico.

La abdicación de "el rey" es un síntoma, no la enfermedad del sistema sociopolítico.

La "enfermedad real" se manifiesta todos los días cuando hablamos de corrupción institucional, de baja calidad democrática, de falta de pluralismo político, del férreo control que ejercen las élites económicas sobre los partidos y procesos sociales y políticos, élites que son a su vez las grandes propietarias de los servicios públicos.

¿Y los/as ciudadanos/as? Bien gracias, votando cada cuatro años.

Por eso, como yo no pude votar a "el rey", ni a la Constitución de 1978, reclamo mi derecho a participar de forma activa en este proceso constituyente, no en una abdicación controlada; es "mi Transición".

Quiero participar de este proceso de cambio para que mi hija, que hoy no puede votar, me pueda decir dentro de 40 años: "gracias papá, equivocado o acertado, al menos tuviste ocasión de decidir tu propio futuro".

Área de Ciencia Política y de la Administración-Observatorio de Gobernanza G3

Grado en Dirección y Gestión Pública (Universidad de Vigo)