Hubo una época en la que los judíos aportaron más que ningún otro grupo. Y ello se debió sobre todo a unas circunstancias vitales que los alejaban del general conformismo y estimulaban un escepticismo y un espíritu abierto y crítico que está siempre en la base de la ciencia, del descubrimiento y del saber.

Basta citar nombres de todos los campos de la actividad humana, desde la literatura y las artes hasta la ciencia o la política, que todavía hoy nos sorprenden por su carácter visionario o iconoclasta, nombres como los de Carlos Marx, Trotsky, Rosa Luxemburg, Kafka, Freud, Adorno, Walter Benjamin, Émile Durkheim, Arnold Schönberg o Albert Einstein.

Pero esa modernidad ha agotado ya su trayectoria. Aquellos intelectuales que asociamos con el pensamiento crítico, la disidencia, la rebelión política o artística, han dejado lugar a otros que identificamos ya con el pensamiento conservador o el poder: gentes como Raymond Aron, Leo Strauss o Henry Kissinger.

Es cierto que quedan todavía pensadores que siguen aquella honrosa trayectoria como el lingüista y analista político estadounidense Noam Chomsky, pero son una minoría frente a los intelectuales del poder: todos los de la escuela de Leo Strauss como Norman Podhoretz, Richard Perle , Paul Wolfowitz y otros que han ocupado puestos importantes en el Gobierno de Estados Unidos.

Como señala Enzo Traverso en su esclarecedor libro "El final de la modernidad judía: historia de un giro conservador" (Publicacions de la Universitat de València), el intelectual judío ya no es tampoco el paria que describió Hannah Arendt en los años cuarenta, sino que está bien situado en los "think tanks" ligados al poder: es un intelectual orgánico de la clase dominante.

El hundimiento de los imperios multinacionales en 1918 y la propia transformación de las poblaciones tras el fin de la Segunda Guerra Mundial hizo que el cosmopolitismo judío sufriese una metamorfosis que llevó a muchos huérfanos de la llamada Mitteleuropa a buscar un sustituyo en el nuevo imperialismo atlántico.

El holocausto del pueblo judío bajo el nazismo ha hecho que una minoría que estuvo durante siglos estigmatizada ocupe hoy una posición única en la memoria del mundo occidental y sus sufrimientos sean objeto de una preocupación especial.

Y hoy no puede hablarse de antisemitismo como antes de esa gran tragedia y en la propia Alemania, la menor alusión antisemita podría poner en peligro la carrera de un político, explica Traverso. Tal es la sensibilidad en ese tema.

Basta por otro lado comparar por ejemplo el tratamiento ignominioso dado en su día al capitán Alfred Dreyfus, injustamente acusado de alta traición, que motivó el famoso panfleto "J´accuse", de Émile Zola, con el de Dominique Strauss-Kahn, el ex director general del Fondo Monetario de Desarrollo y candidato socialista frustrado a la presidencia de Francia.

En otros tiempos, el escándalo sexual que protagonizó ese poderoso político, casado a su vez con una famosa y también rica periodista judía, habría dado lugar sin duda a una sucia campaña antisemita, algo que esta vez afortunadamente no sucedió.

Ello se debe a la profunda conciencia del daño irreparable infligido al pueblo judío, pero también a la propia existencia del moderno Estado de Israel, en el que el historiador Dan Diner ve un proyecto "teológico-político" que se ha apropiado de la ideología y el lenguaje de los nacionalismos europeos y "ha secularizado una historia milenaria que tiene como postulado la identidad entre un pueblo y una religión".

El racismo y el antisemitismo van hoy dirigidos sobre todo contra los árabes. No olvidemos que éstos son como los hebreos hijos del bíblico Sem. Y mientras que no sería ya tolerable un manual antisemita como "La Francia Judía", de Édouard Drumont, su equivalente islamófobo como "La rabia y el orgullo", de la periodista Oriana Fallaci, se convirtió rápidamente en un best-seller mundial.

Como señala Traverso, algunos destacados intelectuales judíos como el francés Alain Finkielkraut, están inmersos en una batalla contra lo que ven como un nuevo tipo de racismo, el "racismo antiblanco", contra los efectos negativos del "multiculturalismo" y el "oscurantismo musulmán".

Hoy en Francia muchos tránsfugas de la izquierda de origen judío se han convertido en encarnizados defensores del neo-conservadurismo mientras que la nueva extrema derecha se dedica sobre todo a estigmatizar al Islam.

Y estas nuevas formas de racismo no se combaten con la misma energía y eficacia que la intolerable judeofobia, fenómeno hoy, con todo, más bien secundario y que lo sería todavía más si se pusiese el mismo empeño en resolver el conflicto israelo-palestino.