Si la Unión Europea no ha podido terminar con los paraísos fiscales, y ni siquiera con aquellos como Jersey, Malta, Luxemburgo y Chipre que están a su alcance, será porque las autoridades de Bruselas, auspiciadas desde Berlín, o no quieren o no pueden hacerlo. Querer, parecía que sí que querían; al menos así debieron pensar los que confiaron en las palabras del presidente Sarkozy cuando tradujo el resumen de la reunión del G-20 en Londres de hace cuatro años asegurando que se había terminado la era del secreto bancario. Pero Sarkozy ya no está en el Elíseo y el secreto sigue tan firme como el de los cónclaves cardenalicios en busca de Papa. De hecho, los paraísos fiscales aseguran que no lo son, y a tal efecto exhiben la lista de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) en la que se inscriben, como si de una operación inquisitorial se tratase, los nombres de los países heréticos. En la publicación de 2 de noviembre de 2011 había sólo dos: Nauru y Niue, que hace falta consultar un mapamundi para saber qué son y dónde están. Se trata de dos islas que están en la Micronesia, tan pequeñas como para mostrarse incapaces de limpiar sus nombres presionando a los jerarcas de la OCDE. La primera tenía algo más de nueve mil habitantes en 2010; la segunda, con 4.000 vecinos en 2006, ni siquiera pertenece a la ONU. Existen 35 países más que, bajo sospecha, se comprometen ante la OCDE a proporcionar información sobre las cuentas de sus bancos para no salir en la lista del oprobio. Están en ese segundo grupo Jersey, Chipre y Malta y también Andorra, Mónaco y San Marino. Luxemburgo y Suiza, ni están ni se les espera.

Repitamos la pregunta. ¿No quiere o no puede terminar con el secreto bancario la Unión Europea? Para demostrar su impotencia debería al menos intentarlo pero las iniciativas en tal sentido dan risa si, como sucede en el caso de Jersey -bajo la lupa en los últimos tiempos-, el secreto no existe pero se recurre a él fácilmente sin más que utilizar los velos de opacidad de fundaciones, fondos oscuros y empresas deslocalizadas que permiten no sólo hurtar al fisco las fortunas sino además, y entre otras cosas como el blanqueo de fondos de la droga, poner en marcha las operaciones de especulación feroz que llevaron a la burbuja financiera y a la crisis actual. Lo mejor de todo es el argumento mágico de los responsables de esos paraísos de la moneda oculta: que contribuyen a generar riqueza y mantener en marcha el sistema actual. Algo del todo cierto si se matiza que la riqueza generada es la de los muy ricos a los que, en términos educados, cabría calificar como delincuentes con gran inteligencia y el sistema actual es del capitalismo elevado a la categoría de barbarie. Ahora el G-20, la OCDE y la Unión Europea anuncian medidas severas para acabar de una vez por todas con el secreto bancario. Le debe haber dado un ataque de risa al señor Sarkozy.