El Molinón se había preparado para la fiesta. Pero al final la celebración se concentró en una zona mínima del estadio, el córner del grupo de seguidores finlandeses que no solo se dejó ver con el color de sus camisetas y banderas sino que también se dejó oír durante bastantes fases del partido. Al acabar el encuentro todo el equipo finlandés acudió a aplaudir a quienes les habían sostenido para conseguir un éxito inesperado: nada menos que impedir la victoria de la que, por ejecutoria reciente, pasa por ser la mejor selección del mundo.

un partido congelado. Ante un rival que, en teoría, era muy superior en todo, Finlandia optó por llevarlo a su terreno. Y lo congeló. Fue una trampa de hielo. Finlandia dejó a España las tres cuartas partes del campo y no le disputó el balón. Simplemente, le cerró espacios en los últimos metros. Fue muy frecuente que los once finlandeses se concentraran más atrás de la línea que se hubiera podido trazar a treinta metros de su portería. Dejaron que España jugara por afuera, pero no que hubiera fisuras para que pudiera entrar nada en ese fortín. Ni con falso delantero centro, al principio, ni con dos delanteros centro diferentes después -Villa, primero y luego, Negredo- España tuvo rematadores. Tiró mucho, pero casi siempre desde lejos y con pocas opciones. Finlandia no la dejó. Lo meritorio del equipo nórdico fue que no renunció a la opción del contragolpe, por remota que fuera. En el primer tiempo su éxito mayor en ese aspecto fue jugar un minuto seguido en campo español y un tiro desde fuera del área. En el segundo tiempo llegaron a más: dos tiros desviados y el gol de Pukki, el jugador que vino al Sevilla y que dejó de interesar después de una lesión. Finlandia rentabilizó al máximo su mínimo juego de ataque: un solo tiro entre los tres palos, y un gol. Pudo ser aún más porque en último segundo Piqué hubo de cruzarse in extremis ante Hetemaj para evitar que la sorpresa creciera hasta convertirse en descomunal.

paciencia o impotencia. La selección española quizá sabía lo que le esperaba, pero no encontró soluciones eficaces al ultradefensivo planteamiento finlandés. Iniesta cargó con la responsabilidad de escudriñar, con el balón en los pies, las posibles fisuras del bloque de hielo. La asumió con entereza, pero no con la imaginación suficiente, pese a su probada calidad. Otro tanto le ocurrió a Silva. Esta vez tener el balón no fue un éxito sino una trampa. De la paciencia España pasó a la impotencia. Solo estuvo creativa y peligrosa cuando jugó a la desesperada, en los últimos minutos del partido. Antes hubo de contentarse con el gol que logró Sergio Ramos para celebrar mejor todavía su partido número cien con la selección.

el consuelo de villa. Si alguien podía tener una ilusión especial en el partido era Villa, que, además de volver por primera vez a su tierra con la selección, lo hacía en el campo que lo había proyectado al triunfo deportivo. En lo sentimental no habrá marchado defraudado. Si no los llevara peinados así el "Villa, maravilla"que atronó al ponerse el balón en juego, le hubiera puesto los pelos de punta. Villa, desde la esquina izquierda,comenzó muy bien, con movilidad e iniciativa. Él puso algunas de las pocas gotas de fantasía que tanto escatimó la solida selección española. Por ejemplo, dos pases de tacón a Jordi Alba, tan vistosos como eficaces. Y un buen pase a Iniesta, cuyo tiro desvió Maenpaa en una buena parada. Pero no logró encarar la portería entre la entregada maraña finesa, ni en el primer tiempo desde la esquina no en los minutos que jugó del segundo tiempo como delantero antes de ser relevado por un Negredo supuestamente más rematador por arriba, pero que solo lograría cabecear una vez. Los tremendos centrales finlandeses, Tiovio y Moisnander, no le dejaron más. Cazorla, otro de los que estaba "en casa", solo jugó el primer tiempo y lo hizo con su dinamismo habitual. Del Bosque le sacrificó en el descanso para buscar más mordiente con Pedro, quien, ciertamente, se movió mucho, pero no logró aportar más peligro.