¡Ah, Europa, cuánto suspirábamos por ti en épocas oscuras que muchos afortunadamente por su juventud no han conocido y que a otros, que las padecimos, nos parecen hoy casi remotas!

Esa Europa que, muerto el dictador, acogió nuestra endeble democracia, que tan positivamente contribuyó a nuestra modernidad como país y que actuó luego como factor disuasorio de tentaciones golpistas, esa Europa generosa y amable parece haberse convertido de pronto en una odiosa madrastra.

Por culpa de las decisiones de la troika -Comisión, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional-, que ha impuesto una política contraria no sólo a toda razón democrática sino también económica, una generación entera se ve de nuevo obligada a emigrar, como la de la inmediata posguerra.

El consenso neoliberal de quienes llevan la voz cantante en Europa, comenzando por la poderosa y poco empática canciller germana, una mujer que no puede negar su aprendizaje en los rigores de la República Democrática Alemana, ha establecido la absoluta prioridad: el desendeudamiento acelerado, cueste lo que cueste.

Pero no hay que ser un premio Nobel de Economía como Paul Krugman para saber que el desendeudamiento simultáneo de todos los países europeos no puede sino agravar el desempleo hasta extremos intolerables para algunos como el nuestro.

Ya advirtió en su día de ese peligro el presidente socialista francés, que habló de la necesidad de tomar medidas para impulsar el crecimiento y crear empleo, pero la canciller parece haberle mandado callar, como temíamos algunos: aquí no hay otra política que la que Alemania decide que es buena para sus intereses, al menos sus intereses a corto plazo, que son sobre todo electoralistas.

Es bien sabido, por ejemplo, que un euro sobrevaluado frente al dólar y otras divisas va a dificultar las exportaciones sobre todo las de los países del Sur, menos competitivos que Alemania, y va a agravar aún más el paro, y, sin embargo, quienes deciden por nosotros siguen aferrados al dogma de la moneda fuerte.

Hemos vuelto a ver quién manda aquí con ocasión de los acuerdos para los presupuestos comunitarios para el período 2014-2020, que tanto parecen haber gustado a nuestro presidente del Gobierno: "Nos ha costado mucho (?), hemos tenido que trabajar y negociar duramente, pero al final, podemos decir que es un buen resultado para España", ha explicado, sacando absurdamente pecho.

Pues, no. Son unos presupuestos de recortes, como ha explicado la canciller alemana: "Queríamos reducir el presupuesto hasta los 960.000 millones de euros y lo hemos logrado".

El eurodiputado ecologista franco-alemán Daniel Cohn-Bendit, uno de los más lúcidos defensores del proyecto común europeo, ha calificado el acuerdo negociado de "muy malo" y ha invitado a sus colegas parlamentarios a rechazarlos por presiones que puedan sufrir del tipo de "vais a poner en peligro a Europa".

Será en cualquier caso ésa la Europa que no queremos, la de los banqueros y los especuladores. Hay que tomarse en serio al Parlamento europeo. Tienen que estar allí los mejores para defender los intereses ciudadanos. Porque está en juego una democracia digna de ese nombre y ya no sólo en un país, sino en todo el continente.