La desaparición de Fernández del Riego, considerado el último patriarca del galleguismo cultural, ha colocado en la primera línea a Xosé Luís Méndez Ferrín. Desde el Rexurdimento, ha habido personajes que han sobresalido por su liderazgo galleguista, entre la constelación de excelentes escritores y pensadores, que los acompañan y configuran el entorno intelectual que caracteriza cada tiempo.

Son varios los que han merecido el calificativo de patriarcas. El primero ha sido Manuel Murguía, después Ramón Otero Pedrayo, más tarde Francisco Fernández del Riego, y en esta hora alguien debe cubrir el vacío.

Si se mira a derecha e izquierda del poliedro cultural gallego no se percibe ninguna otra figura -desaparecidos recientemente los últimos galleguistas históricos, Isla Couto, Pousa Antelo y Díaz Pardo-, que la de Méndez Ferrín, como candidato a heredar esa honorífica autoridad de las letras y la cultura gallega.

De las tres cualidades que caracterizan a los personajes que han merecido el título, la erudición, el talento y la memoria, es ésta última la más preciada, porque permite establecer los puentes que unen a unas y otras generaciones y les dan continuidad.

Desde que se constituyó en 1906, la Real Academia Galega es uno de los instrumentos más valiosos para que cuaje y se consolide esa herencia. Y aquí arranca una de las diversas facetas por las que Francisco Fernández del Riego y Xosé Luis Méndez Ferrín, con las notorias diferencias políticas que los separan, son vidas paralelas, al modo plutarquiano.

Del Riego ingresa en la RAG a los 37 años, cuando pierden peso los condescendientes con el franquismo, que la habían regido en la posguerra, y ocupan la institución las mesnadas del galleguismo histórico. Será presidente entre 1997 y 2001.

Pese a que se había objetado que sus 84 años eran una edad excesiva para ocupar la presidencia, es durante su mandato cuando se dinamiza la institución, y sale de la miseria.

Es con Mariano Rajoy, a la sazón ministro de Cultura, con quien Del Riego suscribe un compromiso por el que el Estado concede a la Academia una asignación económica que la deja desenvolverse con dignidad. La RAG se moderniza: actualiza los estatutos, amplia el número de académicos y recibe una dotación para su funcionamiento.

Méndez Ferrín, más que por otras razones por cuestiones políticas, tarda en ingresar. Tendrá que aguardar a que la presida Fernández del Riego para ocupar un sillón, cuando ya había publicado las obras que lo encumbraron a la cima literaria, y después de ser propuesto como candidato al Premio Nobel.

La RAG respiraba aires renovados y su no elección suponía uno de esos escándalos corporativos con los que las Academias, más que ninguna la española, castigaron en todas las épocas a escritores destacados. O a las mujeres, como ocurrió con la condesa de Pardo Bazán, en pleno esplendor como narradora, que fue vetada por su condición femenina.

Con Fernández del Riego, las puertas se abren a escritores que, con la normativa fundacional, hubieran tenido que hacer cola indefinidamente.

En 2010, Méndez Ferrín es elegido presidente, circunstancia impensable en otro momento, y sin el concurso de los nuevos numerarios, ya que su connotación política es muy llamativa. No milita en un partido clásico ni mayoritario, sino en un grupo minoritario y radical, por emplear un eufemismo.

En varios comicios ha sido candidato, aunque siempre que ocurría, advertía en una respetuosa carta al director del diario en el que colaboraba que, durante el periodo que durase la campaña, se abstendría de escribir.

Ahora a Méndez Ferrín, como presidente de la RAG, le corresponde lidiar con la crisis. Con la austeridad y la rebaja de los recursos que amenazan con desactivar a la secular corporación, que se había sacudido la modorra.

Los académicos, los escritores y en general, el contorno cultural galleguista está detrás de Méndez Ferrín, con las excepciones inevitables y las enemistades de rigor. Es su hora. No importa su ideología extrema, de la que hay que hacer abstracción, para encontrar al Ferrín erudito, que mereció el doctorado honoris causa de la Universidad de Vigo, al igual que Del Riego; al del talento, que escribió las mejores obras de la narrativa contemporánea gallega -de "Percival en su bosque" a "Arraianos" y "No ventre do silencio"-, y de la memoria. Capaz de reconocer no sólo la sutil y no siempre homogénea línea que engarza el pensamiento del Rexurdimento con la actualidad, sino a las personas, a cuanto escritor pulula por Galicia desde los cincuenta. Si tienen dudas sobre un seudónimo o nombre que haya publicado algo de interés en el último medio siglo en Galicia, pregúntenle a Ferrín.

Como otros grandes escritores, Ferrín no solo no ha querido sustraerse de la política, sino que se metió de hoz y coz, y ahí está su biografía de persecución y cárcel. Pero como decía un antiguo redactor jefe de este periódico, Manolo Varela, que se encargaba de leer sus artículos antes de darlos a la rotativa, "¡qué bien escribe Ferrín, cuando no trata de política!"

Como Del Riego llegó a Vigo y se hizo vigués, ambos ganaron fama como docentes -Ferrín en esa segunda universidad de la ciudad que es el Santa Irene-, y destacan por su oratoria. También les unen estas páginas que guardan el corpus del mejor columnismo cultural, de Del Riego, y social y cultural, de Ferrín, que aún escribe cada sábado una magistral y luminosa crónica. Una opinión libre, comprometida, a veces desgarrada.

Ferrín es así. Si se hace abstracción, aparece el pensador y el escritor que llena el vacío de la continuidad en el liderazgo de la cultura gallega. Esta es su hora. Y está al frente de la Academia.

¿Y la familia? Ah, esa es otra cuestión.