Una amarga queja del maestro de periodistas que fue el italiano Indro Montanelli bien puede servirnos para tratar de comprender la insania brutalidad con la que finalizó el partido de fútbol en la ciudad egipcia de Port Said.

Escribió Montanelli en su "Historia de Roma" (1959): "Tal vez una de las desdichas de Italia sea esta precisamente: tener por capital una ciudad desproporcionada, por su nombre y su pasado, con la molestia de un pueblo que, cuando grita: ¡Forza Roma!, alude tan sólo a un equipo de fútbol".

Y es cierto que esa pasión hiperbólica y aparentemente irrefrenable de concentrar en un encuentro deportivo tal capacidad de irracionalidad y de violencia nos obliga a reflexionar sobre las causas profundas que, de pronto, desatan tal capacidad destructiva.

Evidentemente, no es el fútbol mismo el que lleva en sus entrañas el virus transgresor del orden. El fútbol, el más universal de los deportes y uno de los más dinámicos y vistosos por la bravura de sus jugadas y el diseño de sus estrategias, nada tiene que ver con la escenificación de la barbarie de la que es víctima en ocasiones y en los más diversos campos deportivos, sean estos del primer o del segundo mundo.

Si no es la esencia del fútbol la responsable de tales desmanes, habrá que pensar en el otro de sus componentes, la hinchada. Al menos una parte menor, sin duda, de esa hinchada que proyecta sobre este deporte de masas –son decenas de miles de seguidores los que alientan a sus equipos– determinadas patologías sociales que liberan lo peor de sus instintos.

Los llamados "ultras", de todos los colores y tendencias, rebelan profundos comportamientos de exclusión que padecen fuera de los campos deportivos, pero que los llevan consigo allí donde la masividad y la capacidad de resonancia en los medios favorecen su eclosión.

Poco importa ahora que en Egipto se busquen responsables en la deliberada maldad de los matones seguidores del equipo local, o en la complicidad de los Hermanos Musulmanes o en la incuria de la Policía, o, como afirman otros, en la injerencia oportunista de "una mano extranjera".

Recordemos que semanas atrás el país también fue pasto de una sanguinaria caza y persecución de cristianos.

En el fondo, realmente, lo que prevalece son los impulsos primarios y una deteriorada condición humana; gente de muy bajo nivel intelectual, poseedora de una lamentable autoestima, insoportable a la presencia del Otro, sea por razones de razas, de religiones o ideológicas, en suma, excluyentes de toda laya.

Y lo que vienen a rebelarnos estas tragedias es un fracaso de las sociedades que no han sabido educar e inculcar en esas minorías marginadas los valores de la convivencia, el cultivo armonioso de la diferencia, de la convivencia incluyente.