Reprocha la Xunta a Zapatero que el presidente no haya viajado una sola vez a Santiago en este año jubilar, pero eso es tanto como tentar al demonio. Tampoco se desplazó a Sudáfrica para animar a la selección en la final del Mundial de Fútbol, y bien que le fue --pese o gracias a ello- al equipo español que se alzó con el título. Ya sea porque venga, ya porque se ausente, el caso es meterse con el desventurado jefe del Gobierno.

A Zapatero lo vimos por aquí detrás de una pancarta cuando el “Prestige” teñía de color negro chapapote las costas de Galicia y pocas veces más, ciertamente. No quiere eso decir que el presidente se despreocupe de los asuntos de este reino, por supuesto; pero tampoco es que los gallegos asocien su imagen con la del Gordo de la Primitiva. De su ya no corto mandato se recordará más bien la abolición del “Plan Galicia” aprobado por el anterior Gobierno para lavar la mala conciencia del “Prestige” con 12.500 millones de euros que, lamentablemente, se esfumaron tras su derrota en las elecciones. Para qué vamos a engañarnos.

De ahí que no se entienda muy bien la obstinación de la actual Xunta presidida por el conservador Feijoo en traer a Zapatero a Santiago para que dé lustre a los actos del jubileo apostólico. Si mal parece que se obligue a un agnóstico convencido a abjurar de su coherencia en materia de religión, peor es aún la imprudencia de quienes desdeñan la fama de gafe -probablemente injusta-- que algunos atribuyen al jefe del Gobierno.

Sólo sus más encrespados enemigos imputarán al presidente la culpa de la crisis que dejó sin empleo a más de cuatro millones de trabajadores en España, pero tampoco es menos verdad que el empobrecimiento general de este país ha coincidido con la etapa de Zapatero al mando. Y de ahí a deducir que es gafe, no hay más que un paso.

Abonan esta hipótesis las varias desdichas sobrevenidas a todos aquellos políticos que tuvieron en sus cercanías al presidente español. Recuérdese, por ejemplo, el caso de la atractiva candidata a la jefatura del Estado en Francia, Segolène Royal, que perdió frente al mucho menos agraciado Nicholas Sarkozy tras recibir el envenenado apoyo de Zapatero durante la campaña electoral. A la imprudente Royal le bastó con citar a Zapatero como ejemplo a seguir para que sus votantes -e incluso sus correligionarios-- huyesen aterrados de las urnas.

Otro tanto ocurrió, sorprendentemente, cuando el primer ministro español dio su apoyo en Alemania al candidato socialdemócrata Gerhard Schroeder. No hará falta recordar que la canciller sigue siendo Ángela Merkel, gobernante conservadora que ha sacado a su país de la crisis tras superar la depresión que tal vez le produjese el calificativo de “fracasada” que le adjudicó Zapatero.

Por si todo ello fuera poco, los partidarios de la irracional teoría del gafe citan aún el caso de John Kerry, frustrado aspirante a la presidencia de Estados Unidos. Kerry lo tenía todo a su favor para ganarle a un rival tan poco presentable como George Bush júnior, pero ni así pudo sobrevivir al letal apoyo de Zapatero, que de este modo continuó acreditando su ya legendaria fama de aguafiestas. Y tampoco es que a Obama, aunque ganase, le vaya mejor ahora.

Tan grande capacidad de generación de mal fario debiera haber alertado ya a las autoridades de Galicia sobre los riesgos que implica la visita de Zapatero a este reino o a cualquier otra parte del mundo; pero ya se ve que nadie escarmienta en cabeza ajena. Lejos de tomar las precauciones adecuadas al caso, la Xunta sigue afeándole al presidente del Gobierno su incomparecencia en los actos del Xacobeo e insiste en que Zapatero debería pasarse por Santiago para darle un abrazo al Apóstol. Inquieta saber que aún faltan unos cuantos días para el cierre de la Puerta Santa.

anxel@arrakis.es